La matraca
Llevan los españoles una gran parte del siglo XX y lo que va del siglo XXI hablando de Cataluña. A lo largo de ese tiempo sí alguien salía de España, cuando volvía, hubieran transcurrido años, meses o días, sentía la impresión de que nada se había movido: las noticias, siempre las mismas, trataban sobre Cataluña preferentemente. Hemos vivido o aterrados por el terrorismo de ETA o inquietándonos por Cataluña, preocupándonos por Cataluña, sin saber cuál debía ser la relación correcta. Quién se atrevía a decir algo que no les gustaba es que no se entiende el problema tal o cual o, si lo tomaban por el lado victimista, un recurso muy fértil, es que se menosprecia a Cataluña. Por el contrario, ellos podían hacer lo que les viniera en gana, porque lo que ellos hacen es libertad de expresión. De esa visión tan susceptible surgió la suprema estupidez del “no nos quieren”, “tienen que seducirnos” y otras expresiones de sicología freudiana. Cuando de la sicología se pasaba a la economía es que “España nos roba”. Tanta inquietud, tanta preocupación y tanto hablar de Cataluña ha sido una matraca inmerecida para un país que superó en poco tiempo una Guerra Civil de tres años y una dictadura de más de cuarenta. Demasiada matraca para un país que construyó en ese mismo tiempo un Estado de Bienestar acorde con su riqueza, no con la de otros países más ricos. Demasiada matraca para un país que entró en Europa para formar parte de una Unión Europea que ahora algunos se conjuran para dinamitar. Solo un fallo, y no menor, no se supo o no se pudo construir un modelo de nación abierta a todos. Primero fue el País Vasco y el terrorismo de ETA. Un lastre. Tomó el relevo Cataluña. Más lastre. Y ¿el resto? El resto se dejó llevar por la indiferencia, por los intereses de tal o cual tipo, por la ramplona idea de que ir tirando era un triunfo de la Constitución.
Se ha aplicado en Cataluña el artículo 155 de la Constitución Española, por cierto, copiado de la alemana, y se está procesando a quienes han incumplido leyes y normas democráticas. Lo que aprovechan algunos para identificar a Rajoy con Franco. O se atribuyen los males a la monarquía. No creo que, con rigor intelectual, se pueda identificar a Rajoy con Franco, aunque le venga bien a populistas y otra clase de demagogos. Tampoco creo que se pueda atribuir a la monarquía. En el año 2017, segunda centuria del siglo XXI, se están repitiendo, casi al milímetro, los conflictos de España y Cataluña en los años de la tercera centuria del siglo XX. Entonces con la República. Apenas existen diferencias entre entonces y ahora, salvo que en la Constitución de 1978 se contempló un caso semejante al que ocurrió en 1934 y en la Constitución de la segunda república nadie intuyó aquellos conflictos. Si el mismo fenómeno se produce en el sistema republicano y en el sistema monárquico, tal vez la cuestión haya que cargársela a quienes se olvidan de la Historia. Aunque lo realmente revelador es que estos argumentos los ponga en circulación Podemos, porque no les gusta la Constitución de 1978 y su presencia política solo se legitima si cuestiona la llamada por ellos alianza monárquica y la Transición. Se ignora torticeramente que la Transición fue el resultado del protagonismo de los ciudadanos. Sobre todo del sacrificio de la izquierda. La izquierda fue quien más puso en el proyecto. La izquierda sabía por experiencia propia que los que más pierden en los conflictos, sean de la naturaleza que sean, son los trabajadores, los represaliados, los exiliados, los muertos.