Los reyes no son los padres, son los populistas
El odio que tienen estos tíos y tías a la Navidad, los belenes, los villancicos y la estrella que guió a los Magos de Oriente, siempre que no sea la de la estelada… y en cuanto tienen una oportunidad se apuntan a salir en la cabalgata de los Reyes Magos con una carroza y vestidos de pantera rosa o de lo que haga falta. Hay que volver a la Semana Santa posterior a las primeras elecciones municipales en la Transición, para conseguir ver tanto laicista, agnóstico y ateo declarado en una procesión por aquello de la responsabilidad institucional y para escándalo de los viejos izquierdistas de toda la vida.
Ignacio Urquizu, diputado por Teruel del PSOE y profesor de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid, que debe ser uno de los pocos intelectuales del PSOE que no ha enloquecido por el efecto Podemos, o directamente se ha pasado a ellos, decía el sábado en una entrevista en El Mundo que el “populismo es una patología de la democracia a la que tienen tendencia todos los partidos”; y uno añadiría de su cosecha, que el suyo, hasta la aparición de Podemos, tuvo la exclusiva de su explotación y comercialización y que a lo que ahora llamamos populismo, le llevamos llamando demagogia en el Mediterráneo desde hace tres milenios.
Del Generalísimo Franco se decía que la única vez que había pisado una iglesia, antes de hacerlo bajo palio y con todos los honores inherentes a la alta responsabilidad que ostentaba, había sido el día de su boda con la madre de la hija que hace unos días ha fallecido. Y es que en España lo de la alianza entre el trono y el altar ha sido desde siempre una tentación a la que difícilmente se han sustraído los políticos que han pretendido aparecer como populares a izquierda y derecha. Ahí está, ya digo, el ejemplo de las procesiones de Semana Santa en toda España y de los raros ejemplos en que alcaldes o concejales de partidos que se declaran laicistas renuncian a aparecer en primera fila y encabezando el espectáculo.
A uno siempre le ha resultado chocante ese balance triunfalista y posferial que hasta el último equipo de gobierno del último de los municipios españoles hacen cada año tras las consabidas fiestas patronales, y que irá indefectiblemente acompañado de la consabida crítica inmisericorde de la oposición tildándolas de fracaso, como si la vida de los habitantes del pueblo sólo dependiera del éxito o el fracaso de las fiestas, y como si la principal función de un ayuntamiento fuera asegurar el “inalienable derecho” a la farra, el verbeneo y la borrachera de sus vecinos.
La fiesta, la procesión, el cortejo, el desfile son el caramelo irresistible a la puerta de la casa consistorial para el político de pueblo y de ciudad. Pasa un desfile, y aunque sea para denigrarlo, se acaballan a la primera carroza que pasa y no hay quien les baje. Y si, como en Talavera, se suspende el desfile y los Reyes Magos reciben a los niños a cubierto, nadie renuncia a exclamar la vieja sentencia que tan bien suena en italiano: “piove, porco governo”.