Navamorcuende, un ejemplo de cultura popular
Desde hace meses vivo en un pueblo de la Sierra de San Vicente. En realidad había vivido aquí durante las temporadas veraniegas desde hace veintidós años. Ahora, sin embargo es la primera vez que paso un otoño completo y voy pasando este invierno que me parece como los de mi infancia.
En Navamorcuende desde hace cinco años se ha producido un suceso que uno creía exclusivo de esos pueblos de Levante por muy pequeños que sean, en los que desde hace generaciones lo normal es que al menos haya una banda de música. En el Levante español, lo normal es que en cada casa haya un instrumento musical y los niños crezcan solfeando y leyendo partituras a la par que aprenden a leer y a escribir. Eso es mucho más raro en nuestros pueblos, donde lo normal es que si la gente se agrupa para algo es para constituirse en peña futbolística o festiva. Lo raro es que en un pueblo de apenas setecientos habitantes sesenta de ellos se lancen a montar una banda de música y una coral, y eso es lo que ha ocurrido en Navamorcuende, donde la Asociación Musical Santa María de la Nava y la coral voces de la Nava son hoy una feliz realidad. Mucho más raro es que los propios componentes mantengan con sus cuotas a un maestro de música con el que ensayan todos los sábados del año y les hace de director.
Cuando echaron a andar banda de música y coral menos de la mitad de sus componentes tenían conocimientos musicales o sabían mínimamente solfear. La otra mitad comenzaba de cero con el handicap añadido de que la mayoría de ellos eran adultos con lo que eso supone en un proceso de aprendizaje. Hoy la banda y la coral defienden con mucha dignidad un repertorio que sirve para acompañar los actos festivos, las procesiones, los pasacalles y cualquier momento importante de la vida del pueblo, aparte de los conciertos que ya se han hecho habituales en diversos momentos del año. El Ayuntamiento, corresponde a las actuaciones públicas de las dos agrupaciones musicales con unos modestos dos mil quinientos euros anuales para la banda y una cantidad muy inferior para el coro.
La banda y el coro los componen jubilados de muy diversas actividades, ganaderos, camioneros, amas de casa, obreros manuales, técnicos de mantenimiento, estudiantes, administrativos… en fin una muestra significativa de las profesiones de sus habitantes y de los que todos los fines de semana, casi la mitad de ellos, desde sus lugares habituales de trabajo se acercan como disciplinados educandos a recibir la lección semanal del maestro de música. Jóvenes menores de veinticinco años hay ocho, y menores de quince dos, lo que asegura el relevo generacional y la cantera futura.
Uno, cuando estas noches de invierno anda por sus calles, ve los bares casi vacíos y escucha en algunas casas una trompeta, un saxo o un trombón marcando escalas o ensayando un solo, se siente contento y se emociona por vivir en un pueblo en el que el diez por ciento de sus habitantes se han acercado a la música de la mejor manera en la que uno se puede acercar a ella, que es practicándola.
Como aquel bandido Fendetestas, el personaje de Wenceslao Fernández Florez de “El bosque animado” recreado en el cine por el albaceteño José Luis Cuerda e interpretado por Alfredo Landa, que cuando se encuentra un duro de plata en el camino se preguntaba: -¿Pero va ser verdad que hay Dios? -, uno no tiene otra que interrogarse: ¿Pero de verdad va a existir una verdadera cultura popular?