La penúltima gran jugada de Andrés Iniesta
Hay gente en cualquier ámbito de la vida que se distingue por eso que llamamos inteligencia natural. Esa inteligencia se manifiesta en un pastor que gobierna el rebaño con un perrillo carea sin ningún esfuerzo, en el albañil que soluciona lo que parecía un problema irresoluble o en el artista que con apenas un trazo es capaz de hacer una obra de arte. Para ser buen torero, además de valor hay que ser inteligente. Los mejores son los que resuelven cada problema que el toro plantea con la naturalidad de eso otro que algunos prefieren llamar inspiración. En el fútbol ocurre lo mismo. Hay buenos futbolistas, atletas, estrellas y futbolistas inteligentes. A estos últimos no les hace falta que les acompañe un físico de atleta griego. Tienen ante todo la facultad de resolver problemas sobre el campo y de ver tres segundos antes que nadie la jugada que acabará en jaque mate. Son los Butragueño o los Iniesta. Futbolistas en los que la cabeza importa más que los números en la máquina de esfuerzo del laboratorio. Muchachos que tuvieron que sobrevivir en los campos de juego a base de pensar cómo quitarse de encima al compañero de pupitre que a los doce años les sacaba la cabeza. Casi milagroso que en el futbol profesional de élite de hoy, con esfuerzos constantes y agónicos durante noventa minutos, gentes como ella hayan podido sobrevivir. La explicación es la inteligencia. Lo demuestran a lo largo de su carrera y luego rematan la jugada en el momento más difícil para una estrella que es el de la retirada a tiempo. Butragueño lo hizo buscando un fútbol apacible donde poder seguir regateando sobre un ladrillo y acabando sus estudios, y ahora demuestra su inteligencia el gran Andrés Iniesta con su marcha a China donde acabará su carrera como futbolista y expandirá su negocio de vinos. Dos cosas a la vez; lo que dicen que sólo está al alcance del cerebro de una mujer. Dos actividades aparentemente contrapuestas: vender y beber vino y dictar las últimas lecciones del foot-ball, ese deporte fundado por caballeros, pero a menudo practicado por bestias, al contrario que el rugby.
Andrés Iniesta ante todo es una persona inteligente. Lo ha demostrado cuando sin ningún empacho admitió que hubiera jugado en el Real Madrid con la misma ilusión y la misma entrega que lo ha hecho durante toda su vida en el Barcelona y lo ha demostrado cada día cuando nunca cayó en la trampa del entorno nacionalista en la que tantos recién llegados a Cataluña han caído. Iniesta se va a China a jugar al fútbol y a vender sus vinos en un mercado que parece inagotable en el momento oportuno. Uno está seguro de que esa penúltima jugada culminará en un éxito tan rotundo como el del minuto 116 que todos recordamos y que hoy luce en la etiqueta de uno de sus vinos.
Lo mejor es que de ese éxito personal e intransferible, de su fútbol y de sus vinos, algo nos tocará a la Manchuela, a Castilla-La Mancha y a toda España. Otra vez, gracias. Con muchos futbolistas así el futbol y el mundo serían otra cosa.