Una lección de Rajoy
José María Aznar dio un ejemplo limitando su mandato a dos legislaturas. En realidad esa limitación debía haber sido incorporada a la Constitución. Pero la virtud de saber retirarse de la primera línea no vino acompañada de la renuncia a pretender mover los hilos de su partido en la sombra. El tiempo ha dejado bien claro que más que una retirada con todas las consecuencias, lo que en realidad pretendía era ser el depositario de las esencias de la derecha española. Su retirada ejemplar se convirtió en poco tiempo en todo lo contrario de lo que aparentemente pretendía. Demostró don José María que lo suyo era maniobra táctica para seguir mandando. No supo llevar su condición de ex y cantó la gallina. Todo lo contrario de la forma clara, rotunda y contundente con la que Mariano Rajoy ha hecho mutis por el foro, sin dejar un resquicio a la especulación.
Si la forma en la que Pedro Sánchez asaltó el poder con sus ochenta y cuatro diputados y el apoyo entusiástico de todo el independentismo y el populismo, demostró que en una semana se puede producir un vuelco en la situación política de un país, Mariano Rajoy ha demostrado cómo se debe, casi en el mismo tiempo, gestionar una retirada de las de verdad.
Primero, su dimisión como presidente de su partido acompañada de la afirmación contundente de “ni delfines, ni sucesores”, luego la renuncia a su acta de diputado y el remate con la toma de posesión de su plaza de registrador de la propiedad en Santa Pola. Todas las puertas cerradas a la especulación de una posible vuelta como la de esos toreros que se pasan media vida despidiéndose de los ruedos y cortándose la coleta. Ni Consejo de Estado, ni jarrón chino que lo fundó. Registro de la Propiedad de Santa Pola. Punto. No hay nada que alegar a una retirada que cierra la puerta a la especulación y deja el camino libre para que los afiliados del partido pongan a cada uno en su sitio.
Las primarias las carga el diablo, se dice. Pero como la democracia representativa, no hay ningún otro mecanismo que mejore y gestione lo que debe ser un partido político en ese marco. Si hay gatillazo, como ocurrió en la acera de enfrente con Borrell, Almunia o el mismo Sánchez, no será por la ausencia de democracia. Cada uno tiene lo que se merece y la derecha también tiene derecho a equivocarse.
Por lo pronto, Mariano Rajoy ha acabado de una vez con la práctica del dedazo, de los sucesores y de los delfines; se ha echado a un lado de verdad y ha puesto en marcha un mecanismo de participación de la militancia que no tendrá marcha atrás en la vida del centro derecha español. Ya digo, un ejemplo.