El PCE de la nostalgia y la melancolía
A Toledo ha venido hace unos días el secretario general del Partido Comunista de España. Mi primera sorpresa es caer en la cuenta de que ni siquiera sabía su nombre: Enrique Santiago. Tampoco el de su antecesor, que me suena vagamente: José Luis Centella. Uno no tiene por qué saber todo, pero intenta estar informado y todos los días repasa la prensa. Leerla a fondo es otra cosa diferente a lo que hoy hacemos la mayoría con los medios digitales. Un lector como yo debería saber el nombre y los apellidos del secretario general del PCE. Me imagino que si se pregunta a un ciudadano medio, la ignorancia sobre el asunto debe ser enciclopédica. Hago el ejercicio de repasar los secretarios generales de PCE para acá: Gerardo Iglesias, Julio Anguita, Joan Frutos, Gaspar Llamazares… ¿Me he dejado alguno? ¿Llamazares fue secretario general o solo lo fue de Izquierda Unida? Ya digo que es una cuestión de estar al día, simplemente, y uno cree estar al día casi de todo. Pues no, no sabía el nombre, nada menos, del máximo responsable de un partido que en unos años cumplirá su primer centenario y que fue fundamental como primera y en la práctica única fuerza seria contra el franquismo.
Se han presentado en Toledo en un acto, que a uno a través de lo que refleja la prensa le suena a clandestino, y dicen que vuelven. "¡Vuelve el PCE!" es el lema, y uno se teme, desde ese optimismo sin esperanza que arrastra, que lo suyo es aún peor que lo de uno.
A quién me recuerda mi juventud en el PCE siempre le digo lo mismo. Yo milité durante años en el PCE cuando eso suponía jugarte la expulsión de cualquier tipo de estudios y la cárcel. Pero también le digo que nunca me sentí comunista. Yo fui del PCE, nunca fui comunista, y mucho menos, cuando rota la clandestinidad, la democracia que se predicaba para los otros, internamente se convertía en el rodillo jerárquico del principio leninista del “centralismo democrático”. Del PCE salió huyendo en la Transición el que quería seguir en política y el que tenía claro, como es mi caso, que lo suyo no era la política. Fuimos del PCE porque era la única manera seria de oponerse a una dictadura de vergüenza ajena, aunque no viviéramos los años duros y sí los amenes de un régimen que algunos califican de dictablanda. Era el PCE que tenía como bandera la “reconciliación nacional” e impulsó la Transición de una manera decisiva. Era el Partido en el que había que estar. No me arrepiento. Eso sí, siento cierta pena de ver a un PCE que lo fue todo arrinconado en un cuadratín de verano en el fondo de una página perdida de un periódico de provincias.
Y aunque como casi siempre en la vida la nostalgia por la juventud sea inevitable y la melancolía una tendencia que nos lleva a imaginar lo que hubieran sido las cosas si hubieran sido de otra manera, uno no tiene otra que volver a la vida y concluir otra vez: la nostalgia es un error y la melancolía una enfermedad que el tiempo cura.