Turismo de batallas y lavandas en Brihuega
Uno ha llegado a la conclusión de que el mejor viaje, como el mejor polvo, solo está en la cabeza de uno. Y que nadie piense que el viaje al que me refiero es uno de esos que Albert Hoffmann reservaba para sus amigos de confianza como Ernst Júnger o Aldous Huxley, con los miligramos justos de ácido lisérgico para no estropearlo. Y es que la manía de viajar, como otra cualquier manía, cuando se convierte en obsesión acaba produciendo la misma sensación de obligación que la rutina del trabajo diario. Hay que salir de casa por obligación aunque eso te suponga arrastrar todas las incomodidades que nunca tendrías si no te hubieras movido.
Ya sé que hay gente que dedica sus vacaciones a trabajar más que el resto del año en labores solidarias y a eso es difícil llamarle vacaciones o veraneo, aunque hace unos días haya saltado una estafa a unos padres de famosos embarcados en hacer solidaridad en lo que era una agencia de viajes de la solidaridad entendida para uno mismo. Pero hay otra gente que entiende que si la actividad de lo que llaman turismo de aventura no segrega un puñado de adrenalina en vena no merece la pena. Uno, cuando se entera que un parapentista o un turista paracaidista ha tomado tierra en picado siempre hace la misma pregunta: ¿A qué tenía más de cincuenta años? Y es que lo de la experiencia única en esto del turismo se ha llevado por delante a las sepulturas muchas más víctimas que las que predecían nuestro abuelos a los duelos y las grandes cenas. Duelos de honor ya no hay, y desde hace un par de décadas se ha dejado de cenar como Dios mandaba en la época de Balzac. El turismo de aventura se ha impuesto como la forma más segura y feliz de pasar adelante.
Es verdad que la manía del viaje nos ha traído una serie de variantes turísticas en las que el precio a pagar es mucho más módico en salud y malestar. En nuestra Guadalajara de la Castilla La Nueva de toda la vida, hace unos meses pusieron en marcha un proyecto de visitas a los campos de batalla que se han sucedido en su territorio desde la Guerra de Sucesión a la Guerra Civil, pasando por la de Independencia y las Carlistas, y no tiene noticia uno de que se haya producido ninguna baja. Desde hace años han inventado también ese turismo alrededor de los campos de lavandas, espliegos y lavandinas en los que se come, se bebe, se oye música y se vive. Y, por lo que uno sabe, si ha habido algún muerto ha sido de satisfacción.
Claro que, te pongas como te pongas, al final, a lo peor tienes que coger un avión de Ryanair para ir a Brihuega y te ponen a remar para mover el motor. Turismo de galeras y galeotos. Turismo con gusto no pica, como la sarna.