Abducidos en el entierro del señor de Orgaz
Hace pocos días el arte moderno ha conseguido una de sus grandes metas: se ha hecho uno en el infinito con un consumidor de arte. Se lo ha tragado literalmente. La comunión entre obra y espectador que buscaban los happenings de los sesenta y que predicaba el Living Theatre de Julian Beck y Judith Malina se ha hecho realidad en una exposición en el museo Serralves de Oporto del escultor británico de origen indio Anish Kapoor. La comunión no ha podido ser más redonda puesto que la obra se titula “Bajada al limbo” y se inspira en una pintura de Andrea Mantegna. Según los que saben más que uno de esto es “un juego formal metafórico entre luz y oscuridad, interior y exterior, el contenido y el infinito”. Total, un cubo de grandes dimensiones en el que el visitante entra y se encuentra ante un agujero negro, tan logrado para parecer un trampantojo que un visitante italiano de sesenta años no se ha resistido a pisar dentro de él. El resultado: una caída de dos metros y medio y el ingreso inmediato en un hospital portugués donde afortunadamente se recupera de su pasión por el arte. Ya digo que este escultor, especializado en obras que buscan el juego con el espectador ha conseguido el máximo: interactuar hasta la mayor hostia que vieran los siglos en Portugal y sus posesiones de ultramar. La hostia definitiva. La comunión absoluta con el objeto amado.
Ya se sabe que uno de los mayores problemas del arte moderno es la falta de emoción. Por mucho que el autor se llame Picasso y le digan a uno que las señoritas de Avignon eran unas señoritas de buen parecer y mejor conformar al género masculino, no se imagina en una cama redonda recibiendo rodillazos o codazos con esos ángulos de trazar tapias que tienen por miembros. Lo de la emoción y el sentimiento en el movimiento moderno es algo que escasas veces ha sentido uno y, mira por dónde, Anish Kapoor lo ha conseguido al menos con el emocionado y abducido italiano.
A uno cuando le explicaron lo de la perspectiva aérea de nuestro Diego de Silva Velázquez, con el aire del Guadarrama flotando siempre por encima de los personajes de la familia real de Felipe IV, le convencieron de que había conseguido lo que parecía imposible: introducir al espectador en la tercera dimensión del cuadro. Hoy la instalación de las Meninas en el Museo del Prado busca ese recurso y consigue que el espectador, si le es posible abstraerse de los visitantes que le rodean, se traslade a uno de los aposentos reales del antiguo Alcázar de Madrid entre meninas y “hombres de placer”; y el toledano Doménicos Theotocopuli seguro que se sentiría muy orgulloso si un día de estos se obrara el milagro de que “El entierro del señor de Orgaz” abdujera a un turista japonés y lo trasladara a la cuarta dimensión que Kubrick mostrara en “2001: Una odisea del espacio”. Amish Kapoor lo ha conseguido con un cubo geométrico y un agujero negro, y hay que felicitarle por la hazaña. A su próxima exposición habrá que ir con air-bag individual incluido.