El tren de la vergüenza y las desaladoras de ZP: viejunos remakes
Lo del “tren de la vergüenza” no es de uno. Lo ha dicho el presidente de Extremadura Guillermo Fernández Vara, y ahí va el reconocimiento del “copy”, las comillas y la cita, que no están los tiempos para plagios y copieteo. Extremadura protesta y con ella Talavera, con todas las razones del mundo, porque cualquiera que sepa lo mínimo sobre el desarrollo del ferrocarril en España sabe que la línea hacia el oeste fue la última que se tendió tras casi cuatro décadas de la Barcelona-Mataró en 1848, que inauguro la era del ferrocarril en la Península. La anécdota es que la primera línea férrea española fue la de La Habana-Güines en 1837. La Ley general de Caminos de Hierro de 1855, una de las leyes económicas impulsadas en el bienio progresista, sería la base del futuro desarrollo en toda España. Un desarrollo que nunca tendría el mismo ritmo ni la misma calidad hacia el oeste.
La línea con Madrid y todo lo que toca al oeste toledano, de Torrijos al Campo Arañuelo, pasando por Talavera, fue siempre por detrás. Mientras el cuadrante nordeste, Levante y la cornisa cantábrica tejían sus redes a toda máquina, el oeste peninsular confirmaba su condición de cenicienta del desarrollo. Tuvo que llegar 1876 y la Restauración de Alfonso XII para que Madrid enlazara con Talavera, y hasta 1881 no se inauguró la conexión portuguesa por Valencia de Alcántara. Pero además, la mayor parte de la línea era de trazado único y cuando llegó la era de la electrificación las catenarias brillarían por su ausencia. Una línea que siempre estuvo y se mantuvo en los límites de lo aceptable como ferrocarril contemporáneo.
Una línea convencional actualizada pondría Talavera a una hora de Madrid, sin necesidad de trenes de alta velocidad ni de grandes prestaciones, porque la última ocurrencia de llevar la línea por Toledo hace para los talaveranos un pan como unas hostias y suena a cachondeo fino. Lo único que hace falta es la voluntad política de integrar un tren cada hora en el movimiento de los trenes de cercanías del oeste. Y en esto hay que decir que la única formación política que lo tuvo claro, desde los tiempos de Benjamín Martínez y Domínguez, ha sido Izquierda Unida. Todos los demás se han dejado llevar por las fantasías y los cuentos de los ministros de Fomento de turno, como aquel alcalde que prometía “a toda leche” la llegada del AVE en 2010.
Por eso, ahora, cuando García-Page asegura que ha conseguido del doctor Sánchez no sé cuantos miles de millones para asegurar el AVE, a uno le suena a la misma música ecológico-celestial de las famosas desaladoras de ZP como remedio a los trasvases a Levante, que también de nuevo, vuelven a las pantallas como una de esas viejas reposiciones de los cines de barrio de los años sesenta.