Contra la caza y contra la Naturaleza
La delegada de la Junta de Comunidades en Ciudad Real, Carmen Olmedo, ha recordado, en estos días en los que se concentra la mayoría de la actividad cinegética en buena parte de nuestra región, lo que la caza supone para la economía regional. Ni más ni menos que 6.500 empleos directos, 1,7 millones de jornales anuales y 600 millones de euros de facturación total; unos datos que hablan por sí mismos y que repercuten sobre un medio rural como el nuestro amenazado por la despoblación y en el que la generación de riqueza y empleo es el principal problema para su sostenimiento. Claro, siempre que pensemos al contrario que esos pretendidos ecologistas a los que no les importa demasiado la vida de las gentes que viven en un medio, que pintan como invadido por el gran depredador que es el hombre. Para muchos de ellos el ideal es que la especie humana desapareciera de esos espacios y la Tierra volviera a su equilibrio natural primitivo.
Vaya por delante que de la mili acá, que ya son unos años, no he pegado un solo tiro. Nunca he cazado ni he sentido esa pasión. Eso sí, me gustan los programas de caza que ponen en la televisión y siempre que tengo oportunidad veo Jara y Sedal, que considero un programa modélico para la educación de cazadores y para mostrar un mundo que ha evolucionado en los últimos años de manera ejemplar hacia el conservacionismo. En ese programa se cumple el principio, muchas veces negado desde el ecologismo de salón, de que el primer conservacionista y el más interesado en el equilibro de las especies es el cazador.
Hace pocos meses una iniciativa legislativa de los aliados del gobierno de García-Page para endurecer, restringir y casi hacer imposible la caza en nuestra región provocó la reacción de miles de personas que se vieron agredidos en su medio de vida y ocio. Y es que más que regular la actividad era innegable la intención última de hacer imposible la caza.
Uno, que no es cazador, ni aspira a serlo, recomendaría a más de uno de los que están contra la caza, pero también a los que están a favor que leyeran a Miguel Delibes, un cazador y conservacionista al que uno recurre cuando le vuelcan encima esos argumentarios tan políticamente correctos. Para unos y para otros copio unos párrafos de un libro suyo con el que ando enredado en estos días de otoño:
“Esta competencia implícita (la del cazador y el animal) exige una lealtad, una ética. El hombre-cazador debe esforzarse, por ejemplo, porque ese duelo se aproxime a la equidad que presidía los torneos medievales: armas iguales, condiciones iguales. Por sabido, la perdiz no podrá disparar sobre nosotros, pero nosotros quebraremos el equilibrio de fuerzas, incurriremos en deslealtad o alevosía, si nos aprovechamos de sus exigencias fisiológicas (celo, sed, hambre), de sofisticados adelantos técnicos (transmisores, reclamos magnetofónicos, escopetas repetidoras), o de ciertos métodos de acoso (batidas, manos encontradas) para engañarla, debilitarla y abatirla más fácilmente. De aquí que yo no considere caza, sino tiro, al ojeo de perdiz y recuse la caza del urogallo –mientras canta a la amada, a calzón quieto-, por considerarla alevosa. En una palabra, para mí, la caza exige un desgaste, una cuota de energía y un respeto por la pieza…”.
En fin, un modelo ético que Miguel Delibes propone para un cazador, primer interesado en la conservación. Creo firmemente que la mayoría de los que se oponen a la caza, también están en contra de la Naturaleza. Amén.