En la Capilla Sixtina de la industria pesada
He pasado unos días en Asturias, una región que lleva años metida en una crisis en dos de los sectores que fueron fundamentales para la extensión de eso que llamamos Revolución Industrial y de la que no parece salir nunca. El carbón y el acero fueron la base del mundo que vivimos. Dos actividades que parecían destinadas a desaparecer irremisiblemente ante el empuje de las nuevas tecnologías y una globalización que empuja a su deslocalización fuera del mundo occidental. La minería del carbón da sus últimas boqueadas y en estos días se firmaba casi su liquidación y la de la histórica HUNOSA en unos pocos años. Otra cosa diferente ocurre en el sector siderúrgico, aunque de los 24.000 empleos que mantuvo ENSIDESA hoy sólo se mantengan 5.000 en la renovada ArcelorMittal.
Uno se lleva una grata sorpresa cuando se entera de que los dos únicos hornos altos existentes en la Península Ibérica se mantienen en la factoría de Gijón y nutren de arrabio (el hierro colado según sale del horno alto) a las acerías de Gijón y Avilés, que procesan las siete mil toneladas diarias que producen. Esta actividad supone aún el diecisiete por ciento del PIB de Asturias, lo que hace que uno vea lo de la crisis cuando se lo explican como esa muletilla permanente, de los griegos acá sobre la crisis del teatro.
Decía el maestro Josep Pla, escribiendo sobre el Ampurdán, que a él lo que le emocionaba era la contemplación de los paisajes que se habían hecho en las notarías y en los registros de la propiedad: los paisajes humanizados y en los que la mano y el trabajo del hombre eran el factor fundamental. Uno ha sentido hace unos días una misma emoción en la visita que realicé de la mano de mi hermano, profesor en la Escuela Politécnica de Ingeniería de la Universidad de Oviedo, y de los ingenieros Jorge González Iglesias y Avelino Irazusta, a las instalaciones de los hornos y la acería de Gijón; la emoción que uno siente ante una obra humana conseguida a base de ciencia, ingenio, técnica, educación y trabajo de cientos de generaciones que vienen de hace tres mil años, cuando unos hombres consiguieron los primeros rudimentos de la metalurgia. Es la misma emoción que sentí la primera vez que visité la Capilla Sixtina, apabullado por la obra de un genio en la que se resumía todo la historia del arte anterior a él. Ver sangrar un horno alto y ver fluir la colada que luego se convertirá en acero es una experiencia única e inolvidable que yo agradezco a mis tres guías y que no sé cómo pagar.
La otra reflexión que yo me hacía tras la visita, comparando la herida de la crisis asturiana con el desarrollo en las últimas décadas de nuestra región, es que ya quisiera para mí una crisis como la del sector siderúrgico asturiano y ArcelorMittal.