Del asalto a los cielos a la Concejalía de cementerio
Los cuarenta años de vida que le separan a uno de la Transición le dan una perspectiva en la que, a su pesar, casi todo lo que acontece tiene el aroma de lo ya vivido. Una de las grandes impresiones que tuvo el joven que yo era allá por el año 1979 con la constitución de los ayuntamientos democráticos fue comprobar la felicidad de un concejal electo del PCE cuando le nombraron encargado del cementerio municipal. El hombre no era cualquiera, sino uno de aquellos dirigentes que habían leído a Lenin, a Marta Harcneker y a Gramci y, en cuanto tenían ocasión, te soltaban un discurso sobre la diferencia entre el materialismo histórico, el dialéctico y el joven Marx.
Uno, que era joven e ingenuo, se preguntaba entonces por el motivo de la satisfacción del camarada que, merced a unas elecciones municipales en las que el “partido” había obtenido unos resultados que le hacían imprescindible si los compañeros descarriados del PSOE querían tener la alcaldía, pasaba de la pretensión de asaltar los cielos a la Concejalía Delegada de Cementerio. Ya se sabe la anécdota del torero Mazzantini cuando se le preguntó cómo había llegado al cargo de gobernador civil y contestó que “degenerando”. Enlaza también con la otra de Gil Robles y José María de Areilza que utilizó Pepe Bono a su manera y sin ningún complejo machista en televisión: “Hombre, José María, no te preocupes, con la de mujeres que no llegan a ser putas y tu quieres ser ministro".
Y es que en estos días, cuando los votos se convierten al cambio en concejalías, delegaciones y liberaciones, desde el municipio más pequeño a la Comunidad más poderosa, aparece la realidad de lo que suponen las lícitas y justas expectativas de militar en un partido político: una máquina de poder a la que no tiene ningún sentido pertenecer si a uno no le llega una porción del producto anhelado, y un artefacto que si no se engrasa cada cierto tiempo con el lubricante y el combustible de los votos pierde todo su sentido. El afiliado y el militante se aburren de no palpar la emoción del mando. La vida militante en la oposición solo es sostenible cuando se cuenta con una buena porción de espíritus puros, angelicales y sin ninguna gana cobrar del erario público por administrar nuestro dinero y nuestra vida.
La vida partidista pierde todo el sentido en la oposición porque se convierte en un club de lectura en el que todas las interpretaciones tienen cabida. El problema es cuando viene la factura de la luz y nadie paga las cuotas después del primer trimestre de euforia. Sin liberaciones, delegaciones y concejalías, aunque sean de cementerio nada tiene sentido.
Donde no hay harina todo es mohína. En Podemos y en Ciudadanos lo comprueban en estos días y se han puesto a la faena. Si no puede ser un ministerio no está mal una subsecretaría; si no una delegación de Urbanismo, vale la Concejalía de Sostenibilidad sostenible de la harina. Para eso estamos.