Paco Núñez se sienta sobre el barril de la pólvora
Por lo que uno lee, el precio de la popular pólvora, que desde siempre en el lenguaje relamido de los programas de festejos el concejal del ramo, metido a publicista redactor, prefiere llamar “vistosas colecciones de fuegos artificiales”, se ha disparado. Del año dos mil ocho acá, el apartado pólvora en las ferias y fiestas patronales supone un cincuenta por ciento más que al comienzo de la crisis. No es extraño, por ello, que el “vistoso espectáculo pirotécnico”, imprescindible en cualquier fiesta, se haya resentido y los ¡ohhhh! de admiración se hayan vuelto muchas noches de fiesta en ¡vaya mierda de pólvora!
La cosa es mucho más grave en la zona oriental de la región, pueblos pertenecientes principalmente a las provincias de Albacete y Cuenca, y algunos de Ciudad Real -ahora mismo me acuerdo de la “cohetada de Villarta”- donde la manía del ruido y el fuego levantino se ha integrado junto a las fiestas de moros y cristianos. En todas esas fiestas, con Almansa y Caudete en el centro, la pólvora que cientos de particulares queman a costa de su propio bolsillo alimenta una industria que tiene su talón de Aquiles en las imprescindibles normas de seguridad impuestas, primero al fabricante en el proceso de producción, almacenamiento y distribución, y luego al usuario en su manipulación. Todo eso, junto a la propia crisis en la que los fuegos artificiales han sido catalogados en muchos lugares de gasto superfluo, quizás por aquello de la imagen que llega al espectador de algo que se quema y agota en un momento, como se quemarían billetes de cien euros, han contribuido a una crisis de un sector del que han desaparecido cientos de empresas familiares artesanas, incapaces de responder a tantas reglamentaciones.
Paco Núñez, en su afán de ganarse sectores sociales y sembrar imagen de líder responsable que no deja ningún barbecho por rastrillar, se ha lanzado con los alcaldes de los “pueblos de la pólvora” de Valencia, Murcia, Alicante, Albacete y Cuenca a una cruzada por salvar fiestas con pólvora, aliviar arcas municipales y desahogar empresas del sector. Y tengo para mí que lo tendrá difícil. Los alcaldes, las comisiones de festejos y las peñas quieren una pólvora barata; las administraciones, las patronales de seguros y el común de los mortales una pólvora segura sin accidentes… Y todo eso se resume en una reglamentación cada vez más restrictiva en aras de la seguridad que se traduce en su inevitable encarecimiento. Los costes de una producción y una manipulación segura de la pólvora se llevan mal con el consumo a lo bestia que hasta la crisis se ha hecho en muchas de esas zonas como una seña de identidad irrenunciable.
Paco Núñez, me temo, se ha metido a solucionar un problema que tiene difícil solución, por mucho que en la mayoría de los municipios españoles las “vistosas colecciones de fuegos artificiales” vayan a costa del gasto en pólvora del Rey, que es decir a la costa de todos.