El surrealismo castellano-manchego de una caja de cambios
A falta de un oscuro objeto de deseo de Luis Buñuel o un gran masturbador de Salvador Dalí, bueno es el funcionamiento de una caja de cambios castellano-manchega que un día nos contará Pedro Almodóvar en alguna de sus películas.
La anécdota la ha contado el director ejecutivo de la Federación de Editores de Libros de Texto, hasta el gorro de tener que variar ediciones a capricho de las consejerías de Educación del todo por diecisiete que algunos días es el Estado de las Autonomías: en Cataluña, Wifredo el Velloso tiene que ser el “Piloso”, en Valencia se ofenden cuando se dice que el valenciano es una modalidad dialectal del catalán, como el andaluz del español… y el “colmo del surrealismo”, en palabras del buen hombre, ha sido la modificación exigida por Castilla-La Mancha, para presentar la explicación en un libro de texto de Formación Profesional del ¡funcionamiento de una caja de cambios! Y en este punto uno se ha quedado con las ganas de saber si la reivindicación se debe a que la caja de cambios de marras es un invento de algún genio regional, la patente pertenece a la prima del consejero de Educación o es que resulta que las cajas de cambios de los vehículos a motor funcionan de una manera distinta de Despeñaperros para arriba que de Despeñaperros para abajo, como la manzanilla de Sanlucar de Barrameda.
Y es que algunos días, también, uno se despierta y le da la impresión que al frente de esta España está don Ventura Fernández López, “el cura loco” toledano que no faltaba en ningún sitio donde se perdiera un cacharro antiguo ni donde hubiera una polémica que echarse a la boca, y al que le daba lo mismo hacer una “adaptación a la escena episódica-sintética” del Quijote que continuarlo a la manera de Trapiello.
Al menos en esto tenemos el consuelo de que, lejos de polémicas históricas y lingüísticas, que son las que preocupan a los seguidores de Puigdemont, Torra o Sabino Arana, lo nuestro es la técnica, la ciencia, la velocidad y el progreso que eran las cuatro verdades en las que creían nuestros tatarabuelos progres cuando pensaban en un mundo mejor, a la manera de don Pío Baroja sin “curas, moscas ni carabineros” y… sin nacionalistas. Nos agarramos a la mejora de la caja de cambios castellano-manchega y nos olvidamos de mandangas, Wifredos, dialectos y jotas que son las obsesiones de los del hecho diferencial. Algo hay de positivo en no seguir la murga de los de siempre y habrá que agradecérselo a algún asesor docente de la Consejería de Educación de Ángel Felpeto. La ciencia y la técnica castellano-manchega tiene una deuda con esa lumbrera.