La banalización del mal de una comparsa de carnaval
Por mucho que la comparsa de la Asociación Cultural El Chaparral de Las Mesas pretenda justificar su carroza de carnaval, que desfiló en Campo de Criptana, como un homenaje a las víctimas del holocausto y apelara mediante un cartel explicativo a la condena de la discriminación de los seres humanos por motivos de raza, sexo o religión, la cosa no tiene un pase. La Embajada de Israel ha reaccionado con un contundente comunicado con el que uno está de acuerdo en todos su términos: “vil y repugnante banalización” de un tema que nunca puede ser tratado desde la fiesta, la risa, la ironía y la alegría que supone un desfile de carnaval.
Y es que la radical y contundente condena de la Embajada israelí recurre ni más ni menos que a un concepto, “la banalidad del mal”, que acuñara la filósofa Hannah Arendt, para calificar la actitud de miles, sino millones, de alemanes, responsables por activa o por pasiva de las atrocidades cometidas por el III Reich de Hitler y que se personificaban en Adolf Eichmman, ese oscuro funcionario, como tanta gente aparentemente y perfectamente normal, capaces de encender un horno crematorio, llevar la estadística de los metros cúbicos de gas ziclon B gastados en un campo de concentración o de mirar hacia otro lado cuando desaparecían enfermos mentales de los sanatorios o se esterilizaba a la fuerza a cualquier discapacitado.
El carnaval es trasgresión por definición, pero esa trasgresión sólo funciona en los sistemas dictatoriales donde la libertad de expresión no existe como derecho y se utiliza la fiesta como una válvula de escape que en realidad es una manera de afianzar el sistema. La necesaria anarquía periódica que recordaba aquel manifiesto de los Persas a la muerte de un monarca y que justificaba la mano dura posterior. En sociedades democráticas, el carnaval, como las revistas satíricas que proliferaron en el posfranquismo y la Transición, pierden su sentido, y cuando se pretende recuperar su espíritu trasgresor muchas veces se acaba pisando una de esas líneas rojas que ninguna sociedad democrática calificaría de sana y regeneradora del espíritu crítico.
En el carnaval en la España de hoy se puede decir cualquier cosa contra todos los poderes y se puede hacer burla y escarnio de casi todo, y por eso lo que se ha impuesto es una fiesta en la que nada de lo que se hace y se dice se deja de hacer y decir durante todo el año, aunque en esa semana se exagere. Nadie se escandaliza por los escotes de las comparsas o las raciones de muslamen porque eso se da cada fin de semana sin necesidad de que aparezca en el horizonte la cuaresma o unas supuestas prohibiciones de carne. El carnaval ha dejado de ser trasgresión porque todo está trasgredido en la cotidianidad. Cualquiera sabe lo que es verdadera libertad de expresión y verdadera fiesta. Lo de la comparsa de Las Mesas, “banalización del mal”. Pocas bromas con eso.