Plaza mayor de Ciudad Real, la maldición urbana de un arquitecto genial
A la Plaza Mayor de Ciudad Real le quieren poner unos toldos para aliviar los rigores de los veranos manchegos. Este año no será. La crisis de la pandemia ha llegado también a esa controvertida decisión, como todas las decisiones que se han ido tomando desde que en aquel espacio, allá por el año setenta del siglo pasado, apareciera la figura del arquitecto Fernando Higueras Díaz (Madrid 1930-2008): un genio con un estilo propio, inconfundible e intransferible, que ha marcado la fisonomía del espacio más representativo de la capital de La Mancha.
El año pasado una exposición repasaba su obra en el ICO de Madrid y la prensa nacional recogía testimonios de amigos, familiares y colegas que reconocían el fondo de su obra y recordaban su excentricidad genial. El título de un artículo de El País, “Fernando Higueras: brutalismo, porno, drogas e ironía sin concesiones”, es significativo.
A la mayoría de los madrileños no les dirá nada su nombre, pero a cualquiera que haya visto “la corona de espinas”, el edificio que alberga el Instituto del Patrimonio Artístico Español, no se le olvidará esa imagen. Cualquier ciudadrealeño asociará los módulos de hormigón que conforman su fachada circular al ayuntamiento de su ciudad. Lo mismo le ocurrirá a quien contemple el edificio número 266 del Paseo de la Castellana en Madrid.
Fernando Higueras apareció en Ciudad Real en los amenes del franquismo, cuando el país se debatía entre continuar amarrado al pasado o romper completamente con él. La decisión de aquel ayuntamiento de elegir un proyecto tan rupturista para una plaza que se quería “en estilo castellano” es una verdadera sorpresa que seguro algún estudioso local podría aclarar.
Desde el primer momento se buscaron palabras para definir el estilo de Higueras: neogótico, nórdico, organicista, brutalismo…, cualquier cosa menos una plaza castellana porticada, y también desde que aparecieron aquellas torres o pináculos se desató una polémica que nunca ha cesado. Ya le puede usted explicar a un ciudadano de la vieja Villa Real que Higueras es el autor del pabellón español de la Exposición Universal, del Edificio Polivalente de Montecarlo, admirado por los arquitectos del mundo entero, o de que su obra a través de la fundación que lleva su nombre tiene cada día mayor proyección y prestigio en todo el mundo. Para la mayoría aquel edificio consistorial y la pretensión de completar la plaza con los módulos de Higueras no deja de ser algo extemporáneo y que nunca tendría que haber sucedido.
Y con esa eterna polémica de la estética de la plaza, la otra. La de las plazas “duras” en las que los arquitectos y los urbanistas se olvidan de los árboles, porque los árboles dan sombra al paseante, pero le privan de la perspectiva que ellos han ideado para el goce de sus ojos. En esa, en la de la sombra acogedora contra las “vistas y las perspectivas artísticas”, estamos ahora. La polémica que no ceja desde que llegó Fernando Higueras, y él tan tranquilo, contemplándola desde su “rascainfierno”.