Asaltar cementerios
Lo de asaltar cementerios le suena a uno a cuento de Edgar Allan Poe, a película de serie B de la Hammer y a milenarismo medieval, de aquel que predicaba Fernando Arrabal cuando en televisión se fumaba y se bebía en las tertulias y de un programa cultural podía salir una proclama por el fin del mundo. El caso es que se asaltan tumbas como se asaltan fincas agrícolas para depredar equipos de riego, motores o, simplemente, el cable de cobre de las líneas eléctricas. Los nuevos bárbaros, como aquellos nórdicos asaltantes de las costas atlánticas de Europa, no respetan nada. Ni siquiera las tumbas. Los cementerios son un lugar tranquilo y seguro donde nadie les molestará. A partir de ahora todo cambiará, porque los asaltos se generalizan, los ayuntamientos ponen cámaras de vigilancia y a las modas fúnebres, del bronce y el barroco funerario católico y español, se impone la austeridad calvinista. Los marmolistas ya han adaptado la nueva temporada de difuntos a las exigencias de los tiempos. Todo integrado, macizo y sin postizos que ofrecer a las hordas asaltatumbas.
Los cementerios españoles son una mina de bronce, cobre, latón y otros metales para las fundiciones del Este de Europa, y de vaya usted a saber dónde, porque en este mundo globalizado nunca se puede descartar la sombra de la lejana China, siempre dispuesta a cualquier negocio rentable. Ya digo que es más difícil pensar en fundiciones en territorio español receptoras de un material que delata al vendedor. Y lo de las fundiciones caseras al estilo de aquellas que impuso en China Mao Zedong en su “gran salto hacia delante”, le suena a uno más a cuento fantástico que a realidad. Todo el mundo sabe que crucifijos, vírgenes, santos y toda la iconografía católica-sentimental, acabarán en una fundición en alguno de esos países en donde poco importa el origen de la mercancía. Venderlo en España es mucho más difícil. Ningún chatarrero compraría una mercancía que de una forma tan clara delata su origen. Las redes de la chatarra, como la de tantas miserias, es una cadena que explota lo peor del ser humano por abajo, pero que trabaja con la eficiencia, la higiene y la productividad de cualquier negocio. Asaltar cementerios es una faena que a uno le suena a suciedad, a miseria y a barbarie, pero que acaba, como la orina y la gestión de las cloacas, produciendo riqueza para alguien.
El último de los asaltos bárbaros ha sido el de la localidad toledana de Polán. Allí ya van por la quinta vez en la que los depredadores de cobre y bronce arrancan los crucifijos y las imágenes de las tumbas. Creen que unas cámaras de vigilancia resolverán el problema. Uno cree más en una revolución minimalista para los cementerios. Menos es más. Sobran cachivaches. Que se lo pregunten a los antiguos egipcios.