El órgano de Daimiel o por una vez las cosas al revés
Durante los dos últimos siglos España era territorio patrimonial a expoliar. Volaban los grecos de los conventos que aliviaban con su venta la economía del día, o desaparecían claustros románicos que por arte de ensalmo cruzaban el charco y se volvían a levantar alrededor de la piscina de un magnate de Hollywood en Los Ángeles. El Willliam Randolph Hearst, el ciudadano Kane de Orson Welles, apilaba en su Xanadú iglesias enteras, guardadas en cajas cuidadosamente numeradas, como el que colecciona rompecabezas de cartón. No fue el único, porque en aquella época, cuando daba lustre acaparar arte, cuanto más exótico mejor, en nuestro país era posible casi cualquier cosa. Algunos pensaban, que al menos así, esas antiguallas no acabarían simplemente desapareciendo.
Algo hemos avanzado. Hoy el concepto de patrimonio tiene un arraigo que va más allá de aquellos eruditos de pueblo dispuestos a sacrificar su vida por defender un cuadro olvidado y ennegrecido, un retablo arrinconado en una humilde ermita o una portada olvidada de una casa noble que perdió su lustre. Además el concepto de patrimonio a defender se ha extendido hasta objetos que hace pocos años eran simplemente despreciados e ignorados. Por eso a uno le ha llamado la atención, para bien, que un pueblo manchego como Daimiel se haya embarcado en la aventura de la importación, para el patrimonio del pueblo, de un órgano que dentro de poco sonará en la iglesia parroquial de Santa María.
Y la cosa le llama a uno la atención porque el órgano en cuestión procede de Francia, y por lo que se ve, allí nadie ha tenido que decir nada a un traslado a un pueblo español de un objeto artístico patrimonial que hubiera levantado oleadas de indignación en cualquier lugar de nuestro país.
Por lo que uno ha leído, el instrumento es un órgano de 1865, fabricado por la casa de organeros Stoltz-Frères, y cuyos propietarios son el matrimonio Magré-Grimaldi que lo mantenía en su estudio auditorio de Chabournay en la región francesa de Vienne. Las gestiones y el trabajo del vicario parroquial daimieleño, Luis Eduardo Molina, apoyado totalmente por el párroco, Valentín Sánchez, y por el Consejo Parroquial, han obrado el milagro y una pieza artística de indudable interés cultural, por una vez, cruzará la frontera con Francia, justamente en el sentido contrario de lo que históricamente lo han hecho estas cosas.
Y es que trasladar un órgano de más de cien años tiene, además de las dificultades burocráticas que uno piensa habrán tenido los promotores de la idea, el añadido de la financiación de la empresa y el trabajo que por delante todavía queda hasta poder oírlo. El mérito de los promotores, ha sido revertir la historia, y eso, tratando con el tradicional “chauvinisme” francés, tiene su mérito.