Los duques de Maqueda a subasta
La noticia la daba ayer La Tribuna de Toledo, pero la podría haber dado, hace un siglo, uno de esos periódicos, como La Campana o La Traca, que proliferaban por la ciudad imperial: dos estatuas orantes en alabastro que habían estado en una iglesia de un pueblo toledano, aparecían en una museo americano o en la colección de uno de aquellos ciudadanos Kane capaces de comprar y trasladar, no ya dos esculturas renacentistas españolas sino una docena de iglesias románicas, sillar a sillar y claustro incluido. Nada nuevo sino es la rapidez en la que los medios trasladan la noticia. Hace tres días aparecían en Twiter las fotografías de las dos obras, que incluso algunos se atreven a atribuir a Pompeo Leoni, uno de los artistas más valorados en la corte de Felipe II, sacadas a subasta por la casa Sotheby´s de Nueva York. Si tiene usted un millón de dólares de sobra y no sabe cómo darse un capricho que se salga del típico Ferrari rojo o alguna menudencia de Tiffany ahí está esa pareja de la auténtica nobleza española para darle color a su hogar.
Y ¿cómo puede ser esto?, se preguntará algún ingenuo. Pues como siempre ocurrió. Un avispado anticuario parisiense con buenos contactos entre la legión de gitanos, chamarileros y trapisondistas que pululaban por las iglesias de España tentando a curas, monjas y frailes con la solución a todos sus males y penurias en el mantenimiento propio, y de las iglesias, ermitas, y conventos bajo su responsabilidad y buena administración. Nada nuevo ni extraño en aquellos años de principios del siglo XX en los que volaban grecos o retablos enteros pero se arreglaba el tejado de la iglesia. Luego, de Madrid a París, y en París siempre había algún representante de William Randolph Hearst para engrosar la colección propia o de la fundación que se había creado.
Por lo que uno ha visto, y cualquiera puede comprobar, el actual propietario de las estatuas es la Abrigth-Knox Art Gallery de Buffalo en Nueva York, un museo que hoy centra sus colecciones en las grandes corrientes del arte contemporáneo desde su arranque en el siglo XIX con una buena representación de todas aquellos artistas y corrientes que tuvieron a París como su centro.
En esa colección de arte cuajada de impresionistas, fauves y todos los ismos del momento, se ve que los duques de Maqueda no dejan de ser una nota extemporánea y extravagante, que delata ese síndrome de Diógenes a lo grande que atacó a una buena parte de la sociedad americana de la época, que veía en ese logro una manera de comprar la historia que añoraban por nunca haberla tenido y de administrase una pátina de cultura y glamour.
Don Juan de Cárdenas y doña Juana de Ludeñano pintan nada entre Van Gogh, Gauguin y una instalación de arte contemporáneo y los patronos han decidido hacer caja y arreglar alguna gotera del edificio, como aquellos curas españoles que tantas veces acompañaron en el rezo a las estatuas de los duques. Así es la vida. Nada nuevo, ya digo.