La república que nunca fue
Si hay un buen ejemplo para comprobar que la denominada memoria democrática apenas tiene nada que ver con la Historia es el de la II República. Uno puede pasar por justificar que la idealización del pasado es una tendencia que va impresa en el carácter de los humanos y que es una tentación constante utilizarlo para mejorar el presente. Sin embargo, es difícil ver esas buenas intenciones cuando lo que aparece meridianamente lo que se busca es la confrontación y la búsqueda de las diferencias; la memoria como combustible del rencor y el rechazo a aprender honestamente de las lecciones de la Historia.
Hoy resulta chocante comprobar cómo los más grandes defensores de la II República son los herederos legítimos de aquellos que desde la izquierda más hicieron para acabar con un sistema al que consideraban un simple instrumento para conseguir unos objetivos que estaban y siguen estando muy lejos de los valores democráticos. Al menos, los herederos de los que desde la derecha totalitaria y antidemocrática se opusieron con todas sus fuerzas a la república no han tenido nunca la desvergüenza de reivindicar su herencia.
Los que hoy manipulan la Historia de la II República y reivindican sus valores, curiosamente reniegan de las figuras de sus dos presidentes: don Niceto Alcalá Zamora y don Manuel Azaña han sido hombres siempre puestos en entredicho y sospechosos de no encarnar los verdaderos valores republicanos que, como cualquiera sabe, no son otros que los que la izquierda reivindicaba cuando se alzó en armas en el año treinta y cuatro.
Es curioso también que los que hoy agitan banderas republicanas en las manifestaciones nieguen el republicanismo de todos esos que conformaron la tercera España, desde el Ortega del “no es esto” al Chaves Nogales que en once páginas del prólogo de 'A sangre y fuego' realiza el diagnóstico más lúcido y sereno sobre aquel tiempo.
Y es que los que se presentan como herederos de aquella II República idealizada y que solo existió en su imaginación están muy lejos de aceptar los valores y los objetivos que aquel sistema representaba, que no era otro que el de una democracia liberal homologable a los sistemas que regían en la Francia o el Reino Unido de la época, infinitamente alejados de las pretensiones totalitarias del modelo implantado en la Unión Soviética, que tanto admiraban.
Ser republicano en los años treinta del siglo pasado era ante todo ser un demócrata y ese tipo de español, desgraciadamente, era una rareza, cuando no un imposible en la izquierda socialista. Entre los comunistas, un demócrata sincero era simplemente un traidor, un topo o un tonto útil a utilizar.
No me molesto en recomendar unas cuantas lecturas.