Ha muerto un cura de pueblo, solo, en su casa parroquial de un pueblo de la comarca de la Jara toledana. Los vecinos se han dado cuenta de que algo raro pasaba cuando a la hora de la misa el cura no llegaba. El caso es que no se ha descubierto que el párroco del pueblo había muerto, tras un más que probable infarto, casi cuarenta y ocho horas después de su muerte.

Alguien dirá que lo del párroco de Aldeanueva de Barbarroya, don Fernando Núñez Caso, de 71 años, no es una noticia, porque es un suceso que se repite cada vez más. Alguien que vive solo, normalmente en una ciudad, muere y se descubre su muerte días, semanas, meses, o incluso años después. Cosa de la vida deshumanizada de las ciudades, decimos, en las que cada uno va a lo suyo y hasta el vecino, puerta con puerta de la tuya, es un extraño. Cosas de la soledad que se presenta con esas estadísticas en las que se cuenta el número de mayores que viven solos.

Pero lo de la muerte del cura de pueblo sin que nadie se alarme hasta casi dos después es algo distinto. En un pueblo es raro que faltes a tus rutinas diarias y alguien no se pregunte donde te has metido y mucho más si eres alguien como un cura, un médico o un enfermero que trata a  todo  el mundo y al que es difícil no echar de menos cuando se rompe la rutina.

Ahora, en la mayoría de los pueblos los curas no viven permanentemente en la casa parroquial. Ocurre con los curas como con los maestros, los médicos o los funcionarios municipales. Son raros los que no tienen su residencia habitual en Talavera y viajan cada día a cumplir su jornada laboral. La movilidad es uno de los signos de nuestra época y el mundo rural no es ajeno a ello.

Muchos de los curas de pueblo actuales se resguardan de la soledad en la Casa de la Iglesia de Talavera, o en pequeñas comunidades sacerdotales, un invento que ha supuesto un gran servicio para unas personas, que si no tenían la suerte de tener algún pariente que les acompañaran en sus parroquias, estaban destinados a la soledad, aunque no la hubieran elegido. Claro, que un cura católico es consciente de que al aceptar el celibato, es muy probable que en algún momento de su vida la soledad será inevitable.

Todo el mundo morimos solos. Lo de que alguien te acompañe al morirte no deja de ser un consuelo para los que se quedan, pero esa soledad del que muere como el cura de Aldeanueva parece removernos, cada vez que ocurre, más que la propia muerte. Ha muerto un cura de pueblo, solo, como le podría suceder a un viejo, raro, solitario y huraño en una ciudad, y eso le hace a uno pensar.