Uno creía que el problema de las colonias de gatos era un fenómeno asociado a las grandes ciudades, pero no. Ahí está el bando municipal del alcalde de Lagartera para demostrarlo, que se ve que en Lagartera el mayor problema son los gatos y quien les da de comer como ocurre en los alrededores de unos cuantos monumentos de Roma, donde se concentran aquellas colonias de gatos y acuden esos benefactores filogatunos que cantara Rafael Alberti cuando lo de Roma, peligro para caminantes.

Uno no sabe si el alcalde de Lagartera ha puesto en marcha una de esas campañas, que algunas ciudades como Toledo han adoptado, de esterilizar a los gatos y estabilizar por ese método las colonias gatunas, porque por lo pronto ha tirado del manual del alcalde de toda la vida y ha largado un bando con profusión de apoyo en la legislación vigente prohibiendo a los vecinos echarles de comer que es lo más fácil.

Por lo visto los gatos callejeros, corraleros y campestres de Lagartera se dedican a lo que los gatos de toda la vida se han dedicado en los pueblos: pelearse cuando tienen un rival para el apareamiento, quejarse con un lloro que remeda al de los bebés humanos en las noches de febrero con el celo y acudir al reclamo de la comida que algún vecino tiene a bien poner en  alguno de esos lugares donde acostumbran a pasar los días y las noches.

En fin por lo que se ve, los gatos de Lagartera molestan de una manera insufrible y la autoridad, como no podía ser de otra manera, ha tomado las medidas oportunas ante la república gatuna lagarterana que amenaza las buenas costumbres del municipio.

A uno eso de prohibir echar de comer a los gatos le suena inevitablemente a aquellas prohibiciones, como jugar a la pelota contra el muro de la iglesia, que invariablemente se repetían en los días de mi infancia, cuando en los pueblos, como Lagartera, los que causaban molestias, hacían ruido y alborotaban las plazas y las calles eran los niños y no los gatos. Ahora, con  gatos y sin niños se echa la culpa a los gatos y se siguen echando bandos para prohibir lo que sea, aunque sea a los gatos.

En los pueblos, lo normal es que los gatos propios y ajenos pasen por los patios o los antiguos cobertizos que se conservan, porque en la mayoría de los casos a la gente le gusta que los gatos anden por esas zonas de su casa como garantía de la ausencia de roedores. La gente les pone de comer y ellos van y vienen como si no hubiera alcaldes que no tienen otra cosa mejor que hacer que escribir bandos contra los gatos.