En España hay ciento treinta y dos vías verdes promovidas por la Fundación de los Ferrocarriles Españoles, Adif, la Renfe, las diputaciones y el copón bendito, porque cada vez que hay que sacar pecho con alguna de ellas aparece algún organismo, presuntamente benefactor, para salir en la foto. El caso es que de esas ciento y pico vías sólo está cerrada la Vía Verde de la Jara, esa línea de ferrocarril que nació muerta desde su nacimiento y que se ganó a pulso el cruel apelativo de la “vía del hambre”.
Ahora, volvemos al hambre, a la vía muerta y a lo de siempre. Que cada uno vaya pensando el término más humillante y cruel que aplicarle a la vía muerta, que caben todos después de un año cerrada por un derrumbe en una trinchera sin que nadie haya movido un dedo, a excepción de los pobres alcaldes de la Jara que claman en el desierto. Habría que recuperar los títulos de crédito de aquella serie de la dos en que se vendía turismo, salud y naturaleza para darse cuenta de cuantos son los que ahora se quitan y se sacuden el problema de encima y le dan la espalda. Nadie está dispuesto a despejar el camino. Y lo gracioso es que los presuntamente propietarios dicen que no quieren meter un euro más porque el mantenimiento ha sido un desastre y toda la vía se ha degradado de una manera tal que habría que realizar un proyecto integral.
Hace unos cuantos años, cuando se puso de moda lo de la España vaciada, tenía uno la impresión de que casos tan flagrantes como el de las comarcas toledanas de la Jara y la Sierra de San Vicente tendrían prioridad en todos los planes de las diversas administraciones. Quiá. No hay gente, no hay votos. Nadie tiene la vocación de Juan el Bautista para hacer una campaña electoral en un desierto y mucho menos si lo es demográfico.
Y es que hay proyectos que nacieron con el cenizo y la marca de la mala suerte encima y no hay manera. La dictadura del general Primo de Rivera la proyectó como uno de esos planes que sacaría de la miseria a las tierras entre La Serena y Talavera por las que discurría el trazado. Luego vino la II República y cambió los planes y el presunto paso hacia el progreso se ahogó entre problemas mucho más mayores. El franquismo pretendió de nuevo resucitar al muerto y entonces se impuso el ritmo de los nuevos tiempos en los que el ferrocarril no significaba precisamente una de las salidas hacia ninguna parte.
Luego vino lo del turismo rural, los caminos verdes, la naturaleza y un modelo de gestión, a través de una mancomunidad que tuvo que ser liquidada porque se llevaba por delante a todos los ayuntamientos de la comarca. Lo milagroso, para bien o para mal de aquello, es que no haya acabado nadie en la cárcel.
Ahora, con la vía cerrada, los habitantes de la Jara, sienten que todo vuelvo a su estado natural: vía muerta. La cosa tiene cojones.