Contra González, contra el PSOE
Desde los comienzos de Podemos me he preguntado por las razones de la aversión (compartidas por otros sectores de la sociedad) de Pablo Iglesias y compañeros hacia Felipe González. Demasiada inquina para considerarlo una frivolidad. Se asemeja más a los rescoldos de un rencor antiguo. ¿Cómo explicarlo? Si soy sincero no encontraba ninguna explicación convincente. Superficiales, si, pero convincentes, no. Descarté la alusión al enfrentamiento generacional. Tampoco me convencía el recurso a una cuestión personal: envidia de egos hiperhormonados en la Facultad de Políticas. Ni parecía siquiera oportuno reducirlo a una simple competencia en el mismo espacio electoral. No encontraba razones suficientes. Y las que encontraba, se me antojaban miserables. Sin embargo, el tiempo, la búsqueda en declaraciones de medios nacionales y extranjeros, a los que se ha sumado el ominoso autobús, puesto al servicio de un espectáculo basura, me han aportado alguna explicación que, creo, puede resultar racional. Y hasta lógica. Se han empeñado, Iglesias y los suyos, en ejecutar una venganza histórica contra el PSOE, con Felipe González como primer peón a derribar.
El afán de destruir a Felipe González, y con él al PSOE, habría que buscarlo en la Transición, que cuestionan Podemos y otros. Ellos hablan de un nuevo sistema en España. Nada de lo que se hizo en la Transición tiene valor. Se necesita un tiempo nuevo, un modelo nuevo. Para entender el embrollo, al margen del carácter adanista de los protagonistas, hay que situarse en el papel del PCE y el del PSOE en los años de la Transición. El PCE actuó como el único opositor a la Dictadura. A la muerte del dictador, lo lógico parecía que el PCE obtuviera los rendimientos de esa lucha. Incluso colaboraron activamente con Adolfo Suárez en la implantación de la democracia. La oposición a la dictadura, los presos, las renuncias a las antiguas creencias, las habían puesto los comunistas y, sin embargo, en las primeras elecciones los votos se los llevaron los socialistas. Y fue de ahí donde se gestó la oscura frustración que se instaló y se ha mantenido en el PCE. El PCE había realizado el gasto. El triunfo y el poder se lo llevaba el PSOE, que nada había arriesgado en los tiempos difíciles. Los responsables de tal decepción histórica fueron Felipe González, Alfonso Guerra, como nombres más visibles, y cuantos colaboraron con ellos en la recuperación del socialismo hispánico. Ahora a todos ellos se les coloca en lo que propagandísticamente se ha decidido llamar “la trama” que sustituye al anterior eslogan publicitario que denominaron “casta”. Todo se convierte en marketing y eslóganes. Felipe González había emergido como un socialista que actualizó a la izquierda española. De hecho hasta le quitó el marxismo al socialismo tradicional, que había sido en la Universidad el referente doctrinario de la revolución pendiente. González y el PSOE obtendrían un espectacular reconocimiento histórico en aquella votación de 1982, cuando consiguieron 202 diputados y ocuparon todas las instituciones del país. Felipe González había sido la cabeza visible del éxito del PSOE. Uno de los símbolos personales de la Transición de una dictadura a una democracia de manera pacífica. Si se quería variar la inercia de años se imponía destruir ese símbolo, porque, acabando con los símbolos, las organizaciones y las sociedades se desmoronan más fácilmente. Así que hacer desaparecer a González como símbolo implica hacer desaparecer a los socialistas. Asistimos, pues, a una estrategia antigua, diseñada para que una gran venganza histórica se produzca. El PSOE es un partido en crisis y un partido convulsionado es presa fácil. Y más sí se ha conseguido crear entre los socialistas una corriente favorable a esas tesis. En tales condiciones, ellos, los poscomunistas, serían los ejecutores de una revancha histórica sin precedentes.
Una segunda razón más también se relaciona con la Transición. El PSOE ha reclamado su papel de partido articulador de España. Se presenta como el único partido capaz de organizar la cohesión social y territorial en el pasado. Y también el único que, en los momentos actuales de ofensiva nacionalista y soberanista, ha presentado un consensuado proyecto interno de Federalización de España para acabar con los constantes conflictos territoriales. La propuesta del PSOE no gusta a nacionalistas e independentistas. Tampoco gusta a los líderes de Podemos. Podemos es el resultado asociativo coyuntural de un conglomerado de movimientos diversos de ámbito local y territorial que reclaman su autonomía. Pero además han optado por el modelo de organización territorial (naciones y nacionalidades) que se implantó en la URSS, tras la revolución de octubre, o en Yugoeslavia, después la Segunda Guerra Mundial. En consecuencia, si el discurso federalista del PSOE triunfara supondría, una vez más, un importante revés para quienes consideran que la sociedad española tiene una deuda pendiente con los comunistas antiguos y sus representantes modernos, los neocomunistas. Dividir al PSOE es pues una operación política largamente acariciada. Y para conseguirlo nada más útil que deteriorar, primero, a los símbolos de los tiempos mejores del socialismo moderno, para más adelante extenderla a los propios socialistas. Eso daría lugar a un espacio vacío que rellenar con un discurso nuevo: fin de la Transición; nacimiento de la izquierda del siglo XXI, que para Monedero la encarna Chávez y los populismos latinoamericanos; fin de un modelo coherente de organización territorial; fin de un PSOE durante mucho tiempo hegemónico. Y la aparición estelar de un nuevo sujeto histórico que sería representado por Podemos y su modelo de liderazgo personal. La interpretación puede servir para comprender, más allá de las frivolidades al uso, el fenómeno de la inquina desplegada contra González. Acabar con Felipe González, uno de los símbolos del socialismo renovado, es destruir a un PSOE que ha acumulado mitología durante los últimos ciento cincuenta años.