Vacía y desértica
Nos ha tocado vivir en una tierra que forma parte de la España vacía y de la España que se desertiza. De los pueblos se emigra. La ausencia de agua es otra historia. En tiempos no tan remotos, algunos lugares de esos territorios eran atravesados por ríos caudalosos y afluentes y arroyos y veneros que engordaban el caudal originario. Aún no eran vertederos. Todavía entonces llovía, aunque con atonía. En Toledo, en Talavera de la Reina y en otras zonas se conservan recuerdos y se guardan fotografías de inundaciones y desbordamientos. ¡Qué tiempos! Solo que el agua, superficial y subterránea, se consideraba un sobrante, un desperdicio. Y ocurrió lo que tenía que ocurrir. Los listos descubrieron el valor inconmensurable del agua. Desde entonces, nada es igual. El trasvase del Tajo ha dejado anticuados los libros de Geografía. Como mucho servirán para narrar leyendas de un rio en el que algunos de nosotros – no tantos como dicen - aprendimos a nadar, comimos sus carpas, habitualmente escabechadas, y sus anguilas en tabernas, “gangos” o casas de vecindad. Un tiempo que resulta astralmente irreversible. Pero también ha dejado inservibles la Historia y Literatura. ¿Dónde se bañaría hoy la sensual Florinda, la Cava, para hacer perder la cabeza y un reino a Don Rodrigo o a cualquier otro voyeur? Y también, la poesía. ¡Pobre Garcilaso! Si volviera no creería que los espacios que imaginó, poblados de ninfas y pastores enamorados, ahora contemplan el lento y, en ocasiones maloliente, fluir de un líquido sucio y pervertido. Y aún así, pásmense, se habla de recuperar la relación de los ciudadanos con el río. ¿De qué río, de qué época y de qué relación estarán hablando?
La geografía, la historia, la poesía, la economía han quedado arrinconadas. También la Política. La Política debiera ser la disciplina que sirve para resolver conflictos, para mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos, para velar por el cuidado de la naturaleza. Nada de eso se hace en el caso del Tajo. Antes al contrario, la Política rehuye el asunto y cuando no lo hace, es para peor. En el recuerdo permanece el infame documento propiciado por la señora Cospedal qu sirvió para publicar, como si de un “parte” bélico se tratara, el fin de la “guerra del agua”. Pero decíamos que la Política evita el conflicto. Un día alguien descubrió la fórmula mágica para quitarse el muerto de encima, la alquimia de anunciar algo que pareciera importante, pero fuera nada, simple humo. Cada vez que hay problemas de agua se anuncia su envío a la Fiscalía o a los Tribunales. Pura superchería. Un gesto inerte es lo que es. A sabiendas, se traslada el problema a las simas insondables de la Justicia, en cuyas estancias vacías, sin contornos, ni perfiles, ni bóvedas, ni suelos –¡vivan Borges y Magritte!- se diluyen las decisiones que esquilman inexorablemente los embalses y caudales del Tajo. Eso sí, la gente pasa y el problema se agrava. Hasta el siguiente anuncio de remisión hacia la Nada de un asunto que es materia de la Política.