Capilla Sixtina

Apocalipsis de baja intensidad

24 octubre, 2017 00:00

Son como pequeños espasmos que aparecen en lugares distintos y sin conexión. Como ensayos espasmódicos del Gran Apocalipsis, profetizado por el evangelista San Juan, identificado con un águila por su visión de dragones, plagas y monstruos. El Norte, Galicia, Asturias, León y zonas colindantes de Portugal, arden. Un fuego del infierno, incontrolable, ha matado  gente, aniquilado animales, destruido casas; contaminado  aire, pueblos,  ciudades, vidas. Después se intoxicarán los ríos, los arroyos, los pozos. Ya ocurrió con las plagas de Egipto. Que los causantes de las catástrofes sean agentes del diablo o el mismísimo diablo está por averiguar, si es que los gobernantes alguna vez  se toman en serio eso de los incendios y su prevención.

En otra parte también del Norte, Cataluña, se expresa otra modalidad de Apocalipsis. Se ha venido preparando desde hace años. No debería ni sorprendernos ni atribuírsele al diablo, Es un asunto exclusivamente de tribus humanas. Las gentes que ocupan un territorio defienden sus riquezas de tal manera que en él no caben otros que no sean ellos. Se llaman nacionalistas y están dispuestos a retorcer la Historia y erigir altares para mártires y santos de la causa. Los nacionalismos carecen de sentido sin mitologías inventadas. Nada importa, salvo su identidad supuestamente dañada, su bandera, tan teórica como cualquier otra y sus emociones alimentadas con mimo y esmero sobre montañas de falsedades. Una experiencia semejante se vivió ya en este mismo territorio. Fue en el año 1934. Dos  más tarde estallaría una guerra civil de tres años. A la que siguió una dictadura militar y sus derivadas de represión y miedo. La guerra llegó de improviso, como suelen llegar las catástrofes naturales o las plagas. Nadie lo creía. A pesar que de la misma manera, de improviso, comenzó en 1914 la primera Gran Guerra de Europa.

Este tipo de apocalipsis  afecta a todo y a todos. A los paisajes naturales, como en los casos de Galicia, Asturias, León o Portugal. Pero sobre todo a los paisajes de la convivencia, a los meandros de la razón, a los objetivos de una sociedad  igualitaria. Y se originan por la actuación confusa e imaginaria de las gentes. Que es otra forma de apocalipsis. Los hombres y mujeres no se entienden. Cada uno mantiene su razón como un grito de autoafirmación idílico. La confusión de Babel, aquella construcción de la Biblia que se derrumbó por falta de comunicación entre sus artífices, se reproduce en todos los lugares. Se habla, pero se habla de  cosas que nada tienen que ver con las catástrofes. Y, por supuesto, mucho menos con las soluciones a los efectos destructivos ya presentes o los que puedan sobrevenir. Los grillos, en lugar de cantar en solitario, se agrupan para  entonar melodías descompuestas y diatónicas. Se ha demostrado que nadie, ajeno a nosotros, puede parar  un choque de trenes, provocado por nosotros mismos. Estamos en el centro de sus consecuencias: una tragedia con hechos, diálogos y actores de comedia. El pueblo está siendo suplantado por unas difusas vanguardias que se arrogan su representación. Nos adentramos en movimientos  que sueñan o fingen soñar  con una revolución  como  la que tuvo lugar hace ahora cien años. El mundo entonces se estremeció, aunque lo que se imaginó  la liberación de los pueblos y de los hombres se transformó en  totalitarismo feroz. En el año 1991 aquella revolución colapsó. Padecemos aún sus efectos, mientras por aquí, algunos ha desempolvado la consigna de “tomar el cielo por asalto”, el grito que, según Marx, proclamaron los “communards” parisinos. En algunas mentes se agita una revolución imprecisa con música de cacerolas. Queda ver cómo evoluciona esto.