Capilla Sixtina

La maldición de un proyecto de dos siglos

10 abril, 2018 00:00

El Trasvase Tajo-Segura es una obra de la dictadura que continúa manteniendo la democracia. Es como si el tiempo se hubiera detenido en un siglo concreto de la Historia. El año próximo se cumplirán cuarenta años de tan nefasto proyecto. Pero el proyecto que construyó la dictadura ya era antiguo cuando entró en funcionamiento en el año 1979. La Segunda República en los años treinta lo había empezado a estudiar. Aunque era más antiguo aún. Provenía de los planteamientos agraristas del siglo XIX, que habían defendido Costa y otros regeneracionistas. Que, a su vez, se basaban en las ideas del siglo XVIII sobre el Progreso y del papel de la Naturaleza en la construcción de ese progreso. Así que, varios siglos de retraso después, se sigue ejecutando un proyecto de unos tiempos y de unas épocas en las que nada se sabía del cambio climático y cuando el progreso del Siglo de las Luces se basaba en la explotación intensiva de los recursos naturales. Estas ideas se emplearían como justificación moral y filosófica de las explotaciones coloniales y colonialistas de los Estados Europeos.

La Naturaleza no podía tener recursos ociosos. Todos debían ser empleados. Los conceptos de “sobrantes” o “excedentes” se fundamentan en los principios del despilfarro que supone la mera existencia de recursos ociosos, aunque, con el paso del tiempo, se introducirían matices aparentemente justos. “Sobrante” o “excedente” serían aquellos recursos naturales que no sean aprovechados por los habitantes de un territorio. En consecuencia, cualquiera ajeno a esos territorios tendrá derecho a explotar tales recursos. Llámese oro, diamantes, coltán, maderas, petróleo o agua. El agua que no riega o que no se usa para consumo humano de los nativos no debe perderse en el mar. Con esta concepción del progreso del siglo XVIII surgieron los trasvases de agua de unas cuencas, con excedentes dos siglos atrás, a otras deficitarias en los siglos XX y XXI. Del Centro o del Norte el agua  viajaría al Levante y al Sur-Este de la Península.  Sólo que la dictadura se centró en los recursos del Centro, más pobres, más conformistas. ¿Es una forma de “colonialismo interior” la explotación de los recursos hídricos de una cuenca pobre en beneficio de unos territorios ricos?

El Trasvase alentó el nacimiento de una maquinaria infernal de intereses endemoniados. Con el agua “excedente” del Centro se regarían grandes extensiones de Levante con precios políticos. Un paraíso. Con el agua “excedente” del Centro se construirían urbanizaciones en las playas del Mediterráneo. El urbanismo convertiría en millonarios a  muchos. La cuestión que el sistema democrático no ha enfrentado aún sería cómo mantener esos intereses –si no se quieren alterar– sin depender de la pervivencia anacrónica de un proyecto de hace dos siglos, como es el Trasvase. Aunque lo que convierte a esta historia en una maldición es que la democracia no sólo aceptara la herencia de la dictadura sin cuestionarla, sino que  la completara con la aplicación de un mecanismo perverso: se considerará “excedente” el agua que contengan los embalses de cabecera en el punto máximo de acumulación de agua. ¿Serán aguas  “sobrantes” las mismas en el mes de abril que a finales de septiembre? Qué más da. Se aniquilan las estaciones y los estiajes, las variaciones climáticas no cuentan, la sostenibilidad medioambiental no pasa de la fase de propaganda, la disminución de los ciclos de lluvias no se considera, el desarrollo de los territorios se focaliza en Madrid. Castilla-La Mancha no vive en el siglo XXI, vive en el XIX. Es la maldición de un fantasma de hace siglos que afecta a toda la cuenca del río como un castigo mitológico.