Capilla Sixtina

El relato

15 mayo, 2018 00:00

En los días pasados vi las caras de los asesinados –todos, todas, sin excepción– asomadas al territorio de los vivos desde un palco del gran teatro del mundo. Estaban estupefactos –ese es además el estado natural de la muerte– por lo que escuchaban. Resulta que los vivos, en estos días de anuncio farolero de disolución de ETA, sólo se interesan por el “Relato”. No se inquietan por ellos y por el sentido de sus muertes, sino por la manera de contar a los niños, a los jóvenes y a los adultos (que se dejen), cómo murieron, por qué murieron y si sus muertes han servido o servirán para algo. Mientras nos volcamos en los relatos, nos olvidamos del fondo de los conflictos.  

Por causas siempre inútiles, las muertes suelen ser igualmente inútiles. En realidad, la cara de los asesinados por ETA no era muy diferente a las caras de quienes han muerto por guerras propias o ajenas, por ideologías que prometen paraísos y construyen infiernos, por el dominio de territorios o riquezas de un individuo o de una familia, por colores con poderes de los que carecen. ¿Tuvieron algún sentido los muertos en el frente o en las retaguardias de la Segunda Guerra Mundial? ¿Y los que murieron por la explosión de una bomba atómica? ¿O los desastres de la Guerra Civil Española? ¿O la muerte cotidiana  en África o Latinoamérica? ¿O en  la indecente guerra en Siria? ¿O los que se ahogan en el Mediterráneo, huyendo del hambre, las persecuciones y las guerras? Y así otras. Habrán sido muertes absurdamente inútiles. Sólo sabemos de una guerra en la que, con los siglos, los participantes se han convertido en héroes y el relato en una epopeya, la Ilíada. A pesar de la poesía, en la Odisea, cuando Ulises baja al Hades, o sea al infierno griego, escucha las lamentaciones de los  muertos. ¿Para qué ser héroe en estas condiciones?

Enfrente del palco anterior había otro en el que también asomaban caras estupefactas. No sólo porque ese sea el estado natural de la muerte, sino por el mismo debate sobre el “El Relato”. Lo ocupaban todos los asesinos que en el mundo han sido. Entre ellos los de ETA. También se podrían incluir cuantos han matado a otros o a sí mismos por el bien de la humanidad, por acceder a cualquier “cielo” que alguien haya inventado, o a cualquier tierra que mane leche, miel o bombones del mejor chocolate del mundo. Bueno, esto último para quienes les guste el chocolate o no padezca alguna alergia moderna, que de todo es posible. La dificultad del “Relato”, reside en que los vivos no entienden la estupefacción de los muertos. En “El Relato”, por construir, unos serán héroes  y otros terroristas, dependiendo del bando donde se sitúen los relatores o de quién pague los festejos y las facturas. ¿Y no hay manera de ponerse de acuerdo, comprobando que las caras de estupefacción de los de un palco y de los del otro son exactamente iguales? Al parecer, esa es la condición humana. Todo comenzó en el tiempo metafórico en el que el clan de Caín celebró con hogueras, canticos y bailes la muerte de Abel. Y cuando en el clan de Abel, lloraron, se lamentaron y se arrancaron los pelos por la muerte de su fundador. Ritos tribales. Y ahora, en el siglo XXI, en tiempo medible, seguimos, estancados en esa ciénaga tribal anterior al Diluvio que, según los estudiosos pudo ser real, no un cuento de terror para sociedades infantilizadas. ¡Ah! y sí quieren modelos pictóricos de las caras de los palcos, les sugiero los dibujos negros de Goya o las máscaras de Ensor.