Capilla Sixtina

Hasta el conflicto final

22 mayo, 2018 00:00

Anda la política envenenada. Nunca ha sido muy apreciada, pero nunca tan infravalorada. El modelo de partidos parece haber quebrado, sus directivos se muestran irresponsables y los militantes son sustituidos por  mercenarios. Un ejemplo de irresponsabilidad en al ámbito internacional lo representaría Trump; un ejemplo a nivel nacional, el señor Iglesias. Traslada a los inscritos la responsabilidad sobre sus decisiones personales. El resultado, sea el que sea, dinamitará unas estructuras (ya enfermas, es verdad), que surgió del marketing, la decepción y la ingenuidad de algunos, del oportunismo de otros y del momento populista que cercó a las sociedades occidentales. ¡Contra las élites y contra la casta!, gritaron. Fin de la aventura. O crisis de liderazgo o maneras de centralismo democrático. Ya ni siquiera las prácticas difusas del partido comunista o de su posterior invento, izquierda unida.

Todo gira sobre personas o personajes. Cualquiera es apto para convertirse en objetivo a derribar o en protagonista a ensalzar. Personificar los discursos resulta más fácil y más barato que tratar la política en su resbaladiza complejidad. Contra el personaje señalado se puede decir cuánto se quiera. Los adversarios podrán inventar y propalar múltiples y variadas insidias. En cuanto al concepto de adversario puede de ser de fuera o, el más eficaz en el proceso de destrucción, de dentro. Desde dentro es posible descalificar, apartar, segregar. Nadie querrá que le sitúen en su bando porque marca. Y lo que marca impide subir o mantenerse en el “status” conseguido o por conseguir. El modelo es operativo y cómodo. No hay que pensar. Sólo odiar o defender. Sólo contemplar el espectáculo.

¿Alguien se ha preguntado qué clase de poderes tiene el señor Puigdemont para poner en jaque a Cataluña, a España y casi a Europa?  ¿Es un superhéroe del “nacionalismo” que aflora en la desnortada Europa? ¿Qué pasa en Cataluña con los partidos políticos? No existen mecanismos de control de los dirigentes, ni democracia interna, ni participación interna en la elaboración de políticas públicas. Se diría, incluso, que ha desaparecido la ambición personal que disputa liderazgos. Claro, que lo procedente es preguntarse qué opinan las élites catalanas, la burguesía y las clases medias, los trabajadores. ¿Han desaparecido o aceptan las imposiciones del señor Puigdemont porque la independencia es el proyecto al que hay que sacrificar lo que haga falta? En el nombramiento de su sucesor, Puigdemont ha actuado a la manera de un “presidente de  república”, aunque más mezquino por la prohibición del uso de su despacho. ¿Qué ocurre en la sociedad catalana y en el resto del país que contemplan los acontecimientos como si no importaran o encelados en las idas y venidas de los personajes públicos?

El recién nombrado presidente por Puigdemont ha propuesto, tras las consultas en Alemania con el responsable de la república, a personajes que incrementarán la tensión. Llevamos años empantanados y continuaremos exactamente igual. Se nos olvidará la Filosofía, la Economía, la Geografía, la Historia. El “país moribundo”, sobre el que escribiera Salvador Espriu, reaparece. El temió en su tiempo por las alteraciones que le pudieran afectar, que pudieran afectar a todos. La marcha de la política se desenvolverá de conflicto en conflicto hasta el conflicto final. Cómo y cuándo se producirá  es imposible predecirlo. Ni tan siquiera anunciarlo. Porque tenemos derecho a que nadie nos amargue la vida con planteamientos pesimistas. Mejor, entretenernos con las hazañas del señor Puigdemont y con la estrella emergente, que atraerá las animadversiones o amores, el señor Quim Torra. ¿No ven que es un xenófobo, un supremacista, un racista? Y de gobernar, ¿qué? Pues eso, nada. Anestesiados por la indiferencia y los avatares individuales contemplaremos cómo avanzamos hacia un precipicio cualquiera. Ya nos vale.