Traidores y patriotas
Hoy va de traidores y patriotas. Haz y envés de un plano de múltiples rugosidades. Un asunto antiguo, complejo y utilizado ampliamente en política, menos en Argentina que también se aplica a los jugadores de la selección nacional de fútbol. Las dos palabras hunden sus raíces no en las lenguas indoeuropeas, que sí, sino en las profundidades irracionales de la humanidad. La relación entre ellas es simbiótica. No existen traidores sin patriotas y viceversa. Aunque los patriotas de un momento determinado puedan transformarse en traidores en otro momento concreto. Los dos son conceptos lábiles y escurridizos. Lo que no impide que ambos vocablos sean como dagas de doble hoja con acanaladura central para acelerar la necrosis. Ambas palabras se están empleando con profusión en Cataluña. Traidor y fascista son los calificativos de moda por allí. Por supuesto, quienes acusan de traición a otros, son patriotas. Defienden la patria catalana. Entonan “els segadors”, venga a cuento o no, y exhiben la “senyera” con la ferocidad de un forofo de algo. Una tragedia. Lo mismo, pero más en clave de comedia, sucede en la política española.
Cuando el PSOE, representado por su secretario general, Pedro Sánchez, presentó una moción de censura, los censurados acusaron de traidor a Pedro Sánchez. Iba contra España. Y es que solo la derecha representa a España. Ellos son los patriotas. Lo de siempre, al menos desde 1800. Pero la cosa no queda ahí. Cuando anuncia que hablará con vascos y catalanes, que trasladará a etarras a cárceles más cercanas, según un plan secreto que ya tenía el PP, o que no escupe a Quim Torra, también le acusan de traidor. En cambio sí lo hacen ellos, pactar los Presupuestos Generales de Estado con el PNV o aprobar leyes económicas con la derecha catalana, es en nombre de España. Los patriotas siempre tachan de traidores a quienes no piensan como ellos. El discurso no puede ser más perjudicial para la política y para la convivencia cívica.
Ya en el siglo XVIII, Samuel Johnson acuñó una frase memorable: “El patriotismo, dijo, es el último refugio de los canallas”. La frase la cita el actor James Mason en el Parlamento Británico al comienzo de la película de John Huston titulada “El hombre de Mackintohs”. La sorpresa surge cuando al final descubrimos que el canalla es el propio parlamentario. Camuflado en su alta representación se dedicará a los negocios sucios. ¿Les suena? El patriotismo se mezcla deliberadamente con intereses propios. No conviene olvidar dos hechos cercanos de la política española. Cataluña se lanzó al “procés” cuando el asunto del 3%, años antes anunciado por Maragall, pasó de las palabras a los tribunales. Las élites catalanas necesitaban resguardarse de las tormentas judiciales que se aproximaban. La moción de censura se ha producido, cuando tras un largo y tortuoso trámite en los tribunales, el PP y gran parte de sus antiguos dirigentes son declarados corruptos. ¿Qué sería más patriótico aceptar la corrupción o condenarla? Cualquier ciudadano razonable, con independencia de sus creencias ideológicas, entendería que no es traición la censura a un partido político que lleva años acumulando procesados. Incluso podría considerarse como un gesto patriótico, si a la izquierda se le concediera algún tipo de patriotismo y sí ella lo aceptara, que esa es otra cuestión. Como cualquiera entiende, cuando se producen conflictos, sean del tipo que sean, más importante es dialogar que no hacer nada. ¿Es menos patriótico intentar solucionar el conflicto que mantenerlo enquistado? La gente corriente acostumbra a resolver sus conflictos con dialogo, acuerdo y pacto. Bueno, algunos se matan.