Capilla Sixtina

Nada que perder

17 julio, 2018 00:00

“Tengo 56 años, hijos mayores y nada que perder.” Yo tengo unos cuantos más que el señor Torra, hijos mayores y menos que perder que él. Y sin embargo… sin embargo, es inevitable sentir escalofríos ante la frase que dice que dijo el señor Torra al presidente de España. ¿Se puede ser gobernante de la Generalitat o de cualquier otra institución pública con esa actitud ante el presente y ante el futuro de un territorio y un país? Ignoro lo que pensarán los nacionalistas catalanes de las declaraciones de su presidente. Como ignoro qué pensarán de las declaraciones en las que una ex consejera (señora Ponsatí) reveló que la apuesta por la independencia era un juego de póker y se dedicaron a jugar de farol. Ignoro, incluso, si las declaraciones de este tipo llegan a los catalanes  o viven inmersos en una claustrofóbica burbuja de propaganda en la que es imposible distinguir la realidad de la ficción. Es muy probable que el señor Torra, como individuo, no tenga nada que perder. ¿Y los ciudadanos? Suelen ser los perdedores de casi todo. ¿Pagaría, el señor Torra, por los destrozos que pudiera ocasionar su actitud a los demás? “Nada qué perder” enuncia una mentalidad fuera de cualquier lógica. Pero también una pose chulesca, una inclinación suicida. Las gentes de Kosovo o Sarajevo podrían contarnos muchas cosas de ese no tener nada qué perder.  

La base de  los nacionalismos es la insolidaridad como eje de acción. En el caso del “procés” de Cataluña ya lo expresaron en su momento. No quieren vivir con unos socios del Sur, astrosos, vagos, sin voluntad de superación. Lo que ellos dijeron en su momento, ahora lo repite Trump: “América, primero”. Lo escenifica Matteo Salvini: “Italia, primero”. Lo exacerba Víctor Orban: “Hungría, primero”. E “Inglaterra, fuera de Europa” se sumerge en una crisis sin precedente. Son el equivalente al España nos roba –“Cataluña, primero”– que por la longitud del proceso y por la abundancia de declaraciones de unos y de otros se olvida. Como sucede en las guerras o los enfrentamientos prolongados, con el transcurrir del tiempo nadie sabe porqué lucha o los motivos del enfrentamiento. La aniquilación del contrario supera así la dimensión absolutamente absurda de la muerte por cualquier causa. Pero ese es el fondo de la cuestión y no otros. Sin perder las referencias iniciales, habrá que enfrentar el problema e intentar arreglar los destrozos, desde la cordura y el diálogo. Ambos instrumentos librarían a los ciudadanos, que son los que siempre pierden, de los comportamientos irresponsables de quienes nada tienen que perder. Gobernar una nación o un país no puede ser un trabajo para aventureros, sino una responsabilidad transitoria, confiada por los ciudadanos a unos representantes electos para que actúen en su nombre, procurando el bienestar colectivo y su mejora permanente.

Al señor Sánchez que, suponemos, sí tiene cosas que perder, le corresponde llevar la iniciativa del diálogo. Se ha comprometido a intentar arreglar las cosas, a modernizar a España, a sacarla del aburrimiento de Rajoy, a situarla en los foros internacionales con el peso que le corresponde. Dentro de esa actividad de gobernar, se encuentra buscar soluciones, si es que existen, a los conflictos territoriales. Y por el momento, el más complicado, lo representa Cataluña. El camino abierto por el señor Sánchez es más esperanzador que el camino cerrado del señor Rajoy. Buscar salida a los conflictos aporta más beneficios que la tensión permanente. Desgasta menos, aunque sea más complicado. Empatizar con el otro es irreprochablemente democrático, aunque enfrente se sitúe gente que “nada tiene qué perder.”