¡Más morbo, por favor!
Mientras se continua “encendiendo” Cataluña (Torra dixit), que no incendiando, asistimos al acoso previsible al Gobierno. Sabíamos que iba a ser así, pero no sabíamos cómo. Anunciamos en los comienzos del Gobierno que la desestabilización sería total. Unos, los de la derecha, para desacreditar a la izquierda; otros, los de más a la izquierda, para ver si es posible, de una vez por todas, el anhelado “sorpasso” histórico que fulmine a la socialdemocracia. La tensión la teníamos asegurada. Sólo que en las previsiones hubo un error: creíamos que la crispación iba a provenir de la política, no del cieno de las cloacas y de los pecados groseros de los ministros. Hace apenas dos meses se podía creer que nuestros representantes políticos y los medios que les acompañan en las batallas de opinión se preocupaban por el interés general. Ahora constatamos que sólo les interesa su negocio particular. Mientras, Cataluña arrima leña a la pira que ilumine su “procés” hacia la independencia soñada.
Hay errores que los Partidos Políticos cometen. Cuando tienen que nombrar cargos de relumbrón, los buscan ajenos al partido. Interesan nombres mediáticos, figuras de impacto, personajes que atraigan a la opinión pública. Son los llamados “independientes”, preferidos a los militantes partidarios, todos oscuros, opacos, siniestros y sectarios. Claro, que las estrellas luminosas esconden múltiples riesgos. Sus vidas reales y sus trayectorias individuales son desconocidas. Al contrario de lo que sucede en los partidos políticos, donde todos se conocen. Se podrán odiar, pero sus trayectorias personales son sabidas por unos y por otros. La atracción del PSOE por los fuegos fatuos hace años le supuso una dramática sangría. Recuerden los desgarrones del independiente juez Garzón, enrabietado por no ser ministro.
Sánchez ha repetido el error. Nombró un Consejo de ministras y ministros cuajados de destellos radiantes. Tuvo su impacto. Tanto brillo deslumbró al personal, sobre todo comparado con los hábitos y los tics parduzcos de los ministros del cansino Rajoy. Así que la operación resultó espectacular. Y en una sociedad del espectáculo el ruido remueve las emociones. La cuestión es -¡maldito Shakespeare!- que suele venir acompañado de furia. Cuando se descubre que detrás del neón fulgurante se ocultan personas grises o mediocres como los militantes de los partidos políticos. Al fin y al cabo, los militantes de los partidos son ciudadanos normales que provienen del mismo ámbito y de circunstancias unánimes que son iguales para todos.
A pesar de las experiencias precursoras de los norteamericanos, de sus películas y de su literatura, no estábamos preparados para conocer que, tras los destellos de las imágenes, se ocultan gentes normales, con sus debilidades y sus fallos. Y que la basura que generan es más atractiva que la luz. Creíamos que la crispación provendría de los territorios de la política. No podíamos imaginar que las miserias personales alimentaran nuestra dosis cotidiana de información morbosa. Es una nueva fórmula de crear adicciones. Nos levantamos a la espera del sobresalto diario. Si no ocurre nada, se nos antoja un día aburrido. Nos estamos habituando a la política basura. Incluso más, empezamos a confundir miseria con política. El terreno se va preparando para que en cualquier momento gente como Trump pueda ser presidente. O para que la extrema derecha nacionalista pueda formar gobierno con la extrema izquierda retroprogresista. O para que Carmena o Valls nos anuncien sus listas mágicas. Así que, ¡más morbo, por favor! Ya discutiremos, tras los destrozos, cómo se limpian las calles, las instituciones, los edificios y las mentalidades del barro que les ha saltado.