Una relación misteriosa
¿Qué misteriosa y compleja ilación mantiene la derecha de la democracia con la derecha de la dictadura después de tantos años? Es una cuestión que, por muchas vueltas que se den, ninguna respuesta rotunda termina de explicar el fenómeno. No ha ocurrido en otros países que sufrieron derechas similares. Solo en España, con independencia de las generaciones, se mantiene esa extraña dependencia y, en consecuencia, aquiescencia con la dictadura, surgida de un golpe de Estado y una posterior guerra civil. La relación tal vez podría entenderse en los primeros años de la Transición. Los políticos de la derecha del momento provenían de la dictadura. Sin embargo, casi todos rompieron y se esforzaron para que no se les identificara con ella. Se impuso el olvido como un método de blanqueo de trayectorias anteriores. Ya en las primeras elecciones democráticas los españoles con sus votos habían liquidado el pasado cercano. Alianza Popular, germen del actual Partido Popular, que aspiraba a mantener el franquismo sin Franco, obtuvo un estrepitoso fracaso. Aún recuerdo la profunda frustración de quien fuera ministro de Franco, Licinio de la Fuente. El hombre, que había hecho tanto por Toledo, por su origen de Noez, no entendía no ser él el candidato más votado de la provincia. Salió elegido, pero con menos votos que UCD, un partido de nueva creación, y de un incipiente PSOE. Lo mismo sucedió en el resto de España.
Mientras Fraga estuvo al frente del nuevo Partido Popular, fundado sobre las bases de UCD, aún podía entenderse la relación con la dictadura. Cuando fuera sustituido era lógico pensar que la relación cambiaría. No sucedió ni con Hernández Mancha ni con Aznar. Tampoco con Rajoy, que ya pertenecían a otras generaciones. Como no está sucediendo con el Sr. Casado o el Sr. Rivera, ambos mucho más alejados por la edad de los anteriores. Paradójicamente, han incrementado su dependencia. Lo lógico sería pensar que los más jóvenes se manifestarán distantes de la dictadura. No está siendo así. No solo por el “legitimación” de un partido como VOX de significadas connotaciones fascistas, sino por sus actitudes y declaraciones. Recientemente, el Sr. Casado y el Sr. Rivera han continuado apartados del exilio –medio millón de españoles- que produjo la guerra civil. Lo normal es que se hubieran sumado al reconocimiento, realizado por el presidente del Gobierno de España, Sr. Sánchez, con sus visitas a los descendientes del exilio en Méjico, a la tumba de Azaña y a la de Antonio Machado, símbolos de aquella salida trágica. Sumarse, desde la oposición, al homenaje hubiera sido lo natural. En lugar de eso, se interpretó como un acto electoral. Una lectura trivial y elusiva de la cuestión. “Ya no le quedan tumbas que visitar ni brechas que abrir entre españoles”, exclamó el Sr. Casado. Yo no hablaré de tumbas, manifestó el Sr. Rivera. Personajes de otra generación, ya muy posterior a la dictadura, continúan manteniendo una misteriosa y compleja ilación con aquella derecha que existió con la dictadura. ¿Es pereza intelectual lo que les mantiene vinculados a la dictadura? ¿Es añoranza de esa dictadura? ¿Son escasos los conocimientos que manejan de aquellos sucesos tan deleznables como trágicos?
En reiteradas ocasiones se ha dicho que España necesita una derecha homologable a las europeas. Si algunas dificultades para desengancharse de la dictadura pudieron darse antes, que se mantenga la situación con dirigentes más jóvenes resulta incomprensible para cualquier planteamiento intelectual o incluso emocional. De ahí la validez de la interrogación: ¿Qué misteriosa y compleja dependencia mantiene la derecha de la democracia con la derecha de la dictadura?