Promesas hasta en la sopa
Al genial Groucho Marx suele atribuírsele la frase: “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”. Más allá del humor provocativo de uno de los miembros más destacados de los hermanos Marx, la agudeza del humorista resulta un diagnóstico certero y la implacable síntesis del comportamiento de una gran parte de políticos de este país, más en estas fechas. Cuando todavía quedan semanas para la celebración de las diferentes citas electorales convocadas (generales, autonómicas, municipales…), los partidos políticos a través de sus representantes más conspicuos llevan tiempo lanzando sus promesas allá donde se presentan. No serán las únicas, pues si no gustan siempre tendrán otras del agrado del ciudadano.
Aquí, en Castilla-La Mancha, cada visita de políticos a asociaciones, instituciones, barrios, o colectivos de cualquier especie se salda con una promesa para el gremio correspondiente. Bajadas de impuestos, obras públicas, cambio de leyes, ayudas por doquier, puestos de trabajo… son algunas de las propuestas escuchadas hasta ahora. Asistimos a una especie de guateque institucional donde el invitado lleva las bebidas para complacencia de los anfitriones. Naturalmente, de primeras marcas para diferenciarse de sus contrincantes, aunque luego la factura quede pendiente en el ultramarino. Incluso, en el caso del Gobierno regional, por si quedan dudas, el vocero institucional cifraba hace alguna semana con precisión de relojero suizo en un 87 por ciento el grado de cumplimiento de su programa hasta ahora. Ante tan cocinada como sorprendente concisión se espera que a pocas fechas de la celebración de los comicios nos anuncie que este valor pueda llegar al 97,36 por ciento, décima arriba, décima abajo, puestos a ser tan escrupulosos.
La larga lista de procesos electorales celebrados en este país está plagada de incumplimientos del programa electoral del candidato. Cualquier parecido posterior con lo prometido resulta pura coincidencia. El último conocido y bien sonado ha sido el protagonizado por el recién elegido presidente de la Junta de Andalucía. Juanma Moreno aseguró en campaña algo que a los castellano-manchegos les resulta familiar y frecuente: bajada masiva de impuestos y una importante creación de empleo. Ya en el cargo, su consejero de Economía, Rogelio Velasco, desmentía que ni bajada de impuestos, ni creación de los 600.000 puestos de trabajo prometidos. Era tan sólo “un lenguaje, una forma de expresarse durante una campaña electoral”, sostiene sin sonrojo alguno el trovador institucional poniendo en duda la capacidad de entendimiento de los andaluces.
Desideratas utópicas, inalcanzables, y sin intención de ser cumplidas se mezclan con demasía frecuencia y sin rubor alguno en campaña electoral. Una teatralización por parte de quienes están tan acostumbrados en transformar el discurso político en una charlatanería que no resiste la más mínima evaluación. Farsas que utilizan sistemáticamente el uso deliberado del engaño como estrategia electoral para animar a los votantes, y que concluyen en el momento de depositar la papeleta.