Madrid necesita energías limpias, abundantes, estables y baratas. Ante esta demanda existen al menos dos respuestas. Las tradicionales o las que podríamos denominar propias de una transición energética justa. La primera, y más fácil: convertir a los territorios cercanos en fuentes de aprovisionamiento exclusivo de Madrid. Algo semejante a un colonialismo que explota los recursos naturales de los territorios cercanos, los empobrece y los deprime. La energía que se produce en esos territorios se conecta directamente con Madrid sin dejar ningún resto de riqueza en los lugares por donde pasa. Madrid tiene una voracidad de recursos ajenos inabarcable. La otra opción: una transición energética justa que, además de proveer a Madrid de energía, planifique el desarrollo y crecimiento de los territorios cercanos para detener la despoblación que les amenaza.
Castilla-La Mancha es un territorio próximo a Madrid que quedó apartado del progreso en los comienzos de la revolución industrial. En los años del desarrollismo, estos territorios aportaron gran masa de mano de obra barata que se asentó en los núcleos industriales periféricos de Madrid o en los barrios que crecían de manera explosiva. En la contraparte, los pueblos se deshabitaban. Ese fenómeno de emigración interior ni se ha controlado ni reequilibrado en los años de las Autonomías. Ahora, ante la incipiente revolución energética, se puede mantener la tendencia decimonónica o cambiarla. Si en lugar de agricultura de bajo rendimiento "plantamos" en grandes fincas de Toledo, Ciudad Real o Albacete placas solares o energía eólica y lo conducimos directamente a Madrid reproduciremos el modelo del XIX. Madrid dispondrá de energía limpia, mientras los pueblos de Castilla-La Mancha mantendrán su tendencia a la despoblación. Los tenedores de fincas y tierras de la Mancha, modernos terratenientes, acogerán en sus fincas grandes extensiones de estos productos mecánicos, y mantendrán su negocio rentista y absentista. Para el resto del territorio solo quedarían estaciones de repostaje, algún taller para averías, algún bar de carretera, algún restaurante y muchos, muchos "puticlubs" como los actuales.
"Tenemos que decidir –ha dicho la ministra Ribera– cómo equilibrar la producción y exportación de energía tanto a buenos precios a los consumidores como a la puesta en marcha de redes necesarias, respetando el territorio y la dimensión social". En ese contexto hay que inscribir la transición energética justa, que corrija los desequilibrios tradicionales y promueva nuevos paradigmas de distribución de energía barata que sirva como instrumento de lucha contra una despoblación que no cesa. Castilla-La Mancha no debe quedarse al margen de los futuros desarrollos energéticos. Es su oportunidad. Se pueden y se deben crear círculos de productores y distribuidores de energía que alimenten a todos los pueblos del perímetro, cada vez más amplio de Madrid, mediante la oferta de suelo y energías baratas a las industrias que puedan asentarse en ellos.
El investigador norteamericano Richard Florida, hace tiempo, reflejó en un grafico cómo sería España en los años 2050. Existirían dos 'megarregiones': el centro, concentrado en el entorno abrasivo de Madrid, y la costa de Levante, desde Málaga hasta los Pirineos. En ellos se produciría toda la riqueza, la producción, la investigación, el talento y la calidad de vida, dejando en el resto de España un enorme vacío. ¿Cómo no quedarse fuera de este proceso? Desde luego no con la construcción de pisos que acogen los elementos que Madrid expulsa. Tampoco con la agregación de naves de logística que consumen suelo, pero carecen de potencia productiva. Ni con una economía agraria cada vez más residual. Se precisan energías limpias y baratas que puedan expandirse horizontal y verticalmente en las distintas direcciones del territorio manchego. Eso es riqueza y libertad. "En los próximos cinco años nos la jugamos con la transformación energética", ha sostenido la ministra. Pues en eso debiéramos estar.