TRES PREGUNTAS PARA VALORAR TU TRABAJO - Grupo Areópago (8 de octubre de 2018)
La calidad de su trabajo puede medirse a partir de tres preguntas que valoran aspectos clave respecto a las personas y la sociedad:
1. ¿Su trabajo transforma el mundo, mejorándolo y adaptándolo a las necesidades humanas?
2. ¿En su trabajo desarrolla sus capacidades personales y sociales?
3. ¿Su trabajo contribuye al sustento personal y familiar?
Detrás de estas preguntas están siglos de tradición cristiana que encierran valores profundos del ser humano.
El trabajo no es un conflicto entre empleados y empleadores, es un reto de ambos grupos para colaborar en el desarrollo de la comunidad. Los empleadores también trabajan. La actitud del trabajador es necesaria para dignificar un puesto de trabajo. Trabajar sin ilusión, sin ganas de mejorar, sin aportar lo mejor de uno mismo, sin buscar lo mejor para los demás, puede arruinar el mejor puesto de trabajo.
El trabajo es necesario para la maduración de las personas y para el desarrollo de la sociedad. Es una oportunidad inmejorable de superación personal. El trabajo no es exclusivamente un problema económico, por tanto, ni el subsidio, ni la fijación de sueldos mínimos resuelven el problema del trabajo digno.
La retribución del trabajo no es imprescindiblemente económica, así ocurre, por ejemplo, en el voluntariado o en el trabajo doméstico, donde la retribución viene por los otros fines del trabajo, no directamente por la búsqueda del sustento. El sustento personal y familiar va más allá de las necesidades del individuo; debe considerarse la comunidad que lo rodea: la familia y la comunidad en la que se desarrolla, también los enfermos y necesitados, y debe ser suficiente para cubrir esa utilidad.
Esta visión contradice la creencia popular de que el trabajo es una maldición bíblica provocada por el pecado original («Comerás pan con el sudor de tu frente» Gén 3, 19). El texto bíblico realmente apunta al cansancio y al dolor como efectos del pecado. Previamente, Adán cultivaba el paraíso sin estos inconvenientes (Gén 2, 15).