31-M: Mejor tristes que horteras
El pasado miércoles, Día de la Región, un paisano estaba en Cuenca. Aunque el motivo era de índole personal, lo cierto es que un soplo de melancolía me sobrevino en el pecho al recordar unos cuantos 31 de mayo del pasado en los que me tocó currar, y mucho, y pasar calor, mucho también, que es lo propio de la festividad regional. Lo cierto es que el acto de esta semana en el Auditorio de la capital conquense ha sido de lo más triste: por las sonoras ausencias y por la tristeza del presidente, que no se la oculta ni su ejército tuitero. Menos mal que estuvo el maestro Del Pozo, poniéndole verso al periodismo y dignidad al merecidísimo premio que recibió. Que, por cierto, ¿cómo es posible que todavía no le hubieran dado la medalla de oro de Castilla-La Mancha?
El caso es que, tirando de memoria, me ha venido el Día de la Región aquel en que al presidente Barreda no se le ocurrió idea mejor que meternos a todos, políticos, invitados, premiados y periodistas, bajo una carpa indecente –sin aire acondicionado- que acabó arruinando hasta la camisa de Iniesta, el de mi vida, que se hizo un Camacho en toda regla. O aquel otro Día de la Región en Talavera, el último del Señor Alcalde, descanse en paz Don Gonzalo. O ese otro en Albacete, en el auditorio ese gigante en medio del desierto que debió construirse cuando el dinero lo pedía Bono y lo pagaban los impuestos de mi tía Paqui de Ciudad Real. Y qué decir de ese Día de la Región en el Infantado de Guadalajara, cuando Orenes se arrancó a entrevistar a todo quisqui con el inalámbrico, al más puro estilo García a las puertas del Congreso el 23-F.
Escribe De Pablos en este periódico que la triste celebración de este año da buena cuenta “de la situación actual por la que atraviesa esta región y sus políticos”, y puede que tenga razón; pero qué quieren que les diga, mejor tristes y austeros que horteras de bolera. En los últimos años, el 31 de mayo se ha convertido en un acto institucional, con todo lo que eso significa, en el que el presidente o presidenta da un discurso en el que anuncia algo y en el que gente que lo suele merecer es agasajada. Y así está bien. Comparen eso con las festividades carnavaleras de Bono y Chunda, cuando subían a los autobuses a la mitad de los asilos de la región y les llevaban a un lugar que desconocían para airear una bandera de la que tampoco sabían mucho. Y venga bocadillos y relojes, y carísimos escenarios y conciertos durante un par de días.
No sé quién puede echar de menos aquellos fastos de juguete, que se organizaban para mayor gloria de quien gobernaba sin oposición. La nueva política tiene otro ritmo, afortunadamente, y ya no se convence a la plebe montándola en un tren y arrimándole un discurso vociferante. Que viva Castilla-La Mancha, claro, pero que viva en el nuevo siglo.