Noches eternas
Cuenca es una ciudad con tanto pasado que a veces se olvida de ganarse el sustento para el futuro; le pasa algo así a Toledo, pero quizá la cercanía con Madrid le salva los fines de semana con mayor solvencia. No es que el turismo sea la única salida: sí es la más fácil, pero, seguro, estas ciudades tienen tanta belleza y verdad que sólo hacen falta buenas ideas para desvelar ante el mundo la luz que esconden.
Volvamos a la capital conquense, a sus desfiladeros de piedra y a sus encantos ciudadanos, a la miríada de historias que esconden sus cuestas, y al presente que debe ganarse. Este año he tenido ocasión de asistir a uno de los conciertos de Estival, el ciclo musical y artístico que ha llenado de arte los lugares más emblemáticos de la ciudad durante dos semanas.
Les cuento: era sábado y julio le había puesto un paréntesis a los grados excesivos. Hacía frío, incluso, y la tarde se nos vino encima con aplomo y flamenco. Se supone que el plato fuerte era José Enrique Morente, el hijo de tanto arte, y desde luego su voz serena dejó peso; pero más aire nos dejó en las palmas Virgina García Vicente, que se puso a dibujar cositas sobre las tablas. Aquello sonaba a silencio, al viento que a veces soplaba seco, a compases desconocidos. Perdonen que adorne la palabra, de verdad, querido lector, que me cuesta ponerle tanto lazo al verbo, pero esta vez merece la pena. Vean ustedes a esta mujer, que además es de Cuenca, y entiendan conmigo que la ciudad tiene muchos más méritos que la Historia para hacerse valer. Cuenca sigue dejando historias preciosas, como la de Virginia, que a base de pelearse aplausos breves, ha conseguido al fin uno más largo y generoso.
El Estival es un festival diferente, que suma artes y no los resta. Su continuidad, supongo, dependerá de muchas trabas administrativas y de la calidad del programa. Ojalá les queden muchas ediciones, porque en estos pequeños esfuerzos está la supervivencia de la ciudad. Mucho se ha escrito en los últimos años sobre lo lejos que se construyó la estación de AVE, por ejemplo, o sobre el enorme dispendio que supuso la construcción de Ars Natura, el centro que primero quiso interpretar la naturaleza a base de estrellas michelín y que ha acabado acogiendo dinosaurios… y al Estival. Quizá aquellos derroches sirvan menos para ponerle buen nombre a la ciudad que las pequeñas iniciativas que buscan llenar de sentido y emociones los días normales. Para que no lo sean tanto, como ese en que a Virginia le dio por ponerle mantilla y abanico a los minutos eternos.