El Alcaná EL ALCANÁ

¡Visca la República Corrupta de Catalunya!

10 julio, 2017 00:00

Sí, yo votaría que sí en ese referéndum de los cojones que hasta en la sopa nos quiere colocar el hermano mayor de Harry Potter. Sí por hartazgo, cansancio y honestidad. Sí por narices, hastío y desmemoria. Al día siguiente de que mi voto decidiera la consulta, Carles Puigdemont declararía la Serenísima República de Catalunya, edificada sobre el saqueo y la corrupción de una clase política cleptómana que apuntaba al “Espanya ens roba”, cuando era ella misma quien se lo llevaba a manos llenas. El Molt Honorable Pujol, de cuya deriva ya advirtió el propio Tarradellas antes de morir, enseñó la patita entonces con la Banca Catalana. Se enfundó la senyera y lanzó al pueblo contra Madrit para proteger sus ahorros. Defiendo la teoría de que cada comunidad de gobernados tiene el gobierno que se merece. Los catalanes así lo han querido todos estos años, votar a una famiglia que los saqueaba a cambio de salir en los telediarios y el parlamento español. Al único hijo no imputado de los Pujol deberían hacerle las pruebas de paternidad cuanto antes.

Votaría que sí para recuperar lo más pronto posible los misales de la señora Ferrusola y exponerlos con el abad de Montserrat como trofeo y reliquia de la nació catalana. Si Cataluña ha llegado donde lo ha hecho con las liendres dentro del estómago, qué no hubiera hecho si el parásito no se hubiera desarrollado de esta manera tan magnífica. Hay que votar sí y que se celebre el referéndum para que al día siguiente la CUP y los Podemos/Ganemos/Colaus/Sentemos o Echemos pidan el poder de forma inminente para el pueblo y levanten barricadas contra los mismos nobles y burgueses de Pedralbes que amodorrados y aborregados han ido guardando la guita y llenando la panza a base de sablazos cuatribarrados. El nacionalismo es una corrupción moral en sí mismo que establece la superioridad de un grupo de individuos en virtud del territorio de su nacimiento. No hay mayor pulsión totalitaria, liberticida y antidemocrática que esta. Obsérvese la definición: grupo y territorio, comunismo y racismo, dos binomios hermosísimos como cualquiera que haya estudiado la Historia sabe. Muerta la libertad, muerto el progreso.

Hay que votar que sí para que los de la CUP le corten la melena a Puigdemont y le saquen la zapatilla a Fainé, aparte de permitir que Junqueras se saliera con la suya y heredara la presidencia de la Generalitat por ósmosis. Mi hipoteca, que está con la Caixa, desaparecería o debería ser renegociada, pues mi piso se revalorizaría al estar en el extranjero. La deuda dejaría de pagarse. Incluso los que somos del Barça y la Meseta nos veríamos abocados, como el héroe, a encontrar nuestro destino, que no sería otro que el Aleti. Y, por supuesto, la directiva blaugrana se frotaría las manos con los taquillazos contra el Girona en el Nou Camp.

Deberíamos votar que sí para promocionar cuanto antes el cava y los espumosos manchegos, mucho más competitivos ante el arancel de la frontera. Todo son ventajas para estos catalanes psicóticos que no han hecho más que mirarse el ombligo y rascárselo. Les han sorbido el seso con una supuesta legitimidad democrática basada en el sectarismo y la lengua. Como toda persona formada sabe, la lengua sirve para unir como en Pentecostés y no para dividir, como en la Torre de Babel. Las revueltas callejeras se acelerarían y las hostias entre el centro y la periferia se agigantarían, por no hablar de las que volarían entre la propia izquierda nacionalista, fragmentada y atomizada por naturaleza. Faltaría por determinar si Nin sería de la CUP o de Colau.

Vistas así las cosas, la pachorra de Rajoy no deja de tener sentido. Los herederos de los mismos que llamaron y aclamaron a Franco en el 39 para que pusiera orden en las calles de Barcelona, repetirían la secuencia unos decenios después. Muerto y arruinado Puigdemont en el rito sacrificial, los Mas y Pujol seguirían mandando en la sombra con el Urkullu catalán que aún está por descubrir. Se cumplen ahora veinte años de Ermua, la prisión definitiva del nacionalismo vasco, que buscó una bocanada de aire en el Pacto de Estella y se estrelló definitivamente con Ibarretxe. Cataluña parece ahora más cerril y carlista que los propios vascos. Patria y fuero, lo más avanzado de la modernidad. Que voten ya sí, coño, y que se inmolen de verdad. Entonces los creeremos y veremos instalada la podredumbre en el corazón del Mediterráneo. Al fin y al cabo, la decadencia siempre fue la víspera de otra nueva plenitud.