El Alcaná

La independencia en los tiempos del Whatsapp

9 octubre, 2017 00:00

Antonio Illán explicó ayer en Onda Cero la etimología de la palabra independencia. Compuesta por dos prefijos, el de negación y el que indica sentido de arriba abajo, la raíz pend- remite directamente al pendere latino, que significa colgar. Puso el ejemplo del clavo y la cuerda, pero después se me vino a la cabeza el de la pata de jamón o el caldo de cocido que gastaba al Dómine Cabra. Lo esencial es que algo cuelga de algo, que lo sustenta y origina. Si alguien corta la cuerda que une los extremos, la parte de abajo cae precipitadamente siguiendo de forma inexorable los principios de la física de Newton. Puigdemont no ha estudiado Física, pero La Caixa sí.

Propugnar la independencia política para ser reconocido como un Estado-nación es una antigualla decimonónica. Guerra dijo el otro día con Alsina que todos los fascismos habían nacido de un nacionalismo anterior, algo que la Historia demuestra. Ahora los catalanes piden la suya sin saber bien cómo, cuándo ni dónde. Se cumplen ochenta y tres años del último intento de Companys, que terminó con tres mil hombres en la cárcel y la República por los suelos. Gran gestión aquella de la burguesía catalana, que dio pie a una guerra dentro de la propia Guerra Civil española. Alguien ha recuperado las reflexiones de columnistas y editorialistas de La Vanguardia de aquellas fechas. Todos concluyen en que Cataluña nunca perdió tanto como entonces. Perdió incluso la Generalitat y tardó cuarenta años en volverla a encontrar.

Estos días de furia y miedo nos traen aquellas fechas a los que la Historia nos interesa, con alguna que otra variable distinta. Las nuevas tecnologías son la punta de la cuerda que cuelga y todo lo sujeta. Hoy corren los memes a velocidad de vértigo y no pasa una hora sin que reciba nuevos en el móvil. El ridículo y el bochorno de la Generalitat catalana son monstruosos, multiplicados por la velocidad de la luz. Cataluña se quedará sin capital si continúa por esta senda. No le valdrán los euros igual que no servían las monedas de la República durante el franquismo. Por no tener, no tendrán ni bitcoins.

En el cénit de la desfachatez, Artur Mas dice ahora que Cataluña no está preparada para la independencia. Cuando esta burguesía remilgada ha visto la espantada de empresas que ha seguido la estela del Sabadell, se ha echado a temblar. Ahora sí que llega el vértigo, ahora sí que Puigdemont empieza a sentir el vacío del que intuye el borde del precipicio, ahora sí que el estómago se sube a la boca y se reseca. El Rey dio la vuelta a la tortilla con su discurso del martes y despertó las conciencias que estaban dormidas. Los españoles, también pacíficamente, se han puesto a andar y dicen que no quieren productos de aquellos catalanes que se quieren ir. No hay más que hablar. A ver cuántas botellas venden Freixenet y Codorniú esta Pascua. Las cuentas están hechas y la soga del ahorcado apretada. El ridículo corre como la espuma por las cuentas de Whatsapp, cuyos únicos estados son los que hoy verdaderamente se reconocen.