Mi gran noche
Raphael coronó con una actuación de dos horas y cuarto la gala del cuadragésimo aniversario de Fedeto. Aunque comenzó con tres temas de su último disco –entre ellos, el maravilloso Infinitos bailes, de Izal-, enseguida giró hacia su repertorio clásico de toda la vida, con Mi gran noche por bandera. Fue, sin duda, una gran noche de emociones, diferentes, distinta a lo que Fedeto nos tiene habituados. No hubo orquesta final ni cena en el Beatriz, pero sí un gran cóctel intermedio y un concierto de altura en el Palacio de Congresos. Raphael es el paradigma del empresario. Lleva toda la vida subido a un escenario y morirá con las botas puestas, como la mayoría de emprendedores y gentes que tienen un negocio a cargo. La grandeza de un trabajo –bien como empresario o empleado- es hacerlo tuyo desde el principio, darle forma a tu imagen y semejanza y moldearlo como algo único e insustituible. Raphael no pudo ser mejor epílogo para una gran gala.
Hasta Emiliano y la alcaldesa quedaban con la boca abierta ante la actuación del genio de Linares. Jovencísimo septuagenario, sigue dándolo todo sobre las tablas. Se mete al público en el bolsillo a base de entereza y dramatismo. Es único. Tengo dicho en multitud de ocasiones que no hay que morirse sin ver antes un concierto de Raphael. Es una experiencia óntica, total, definitiva. Puede no gustarte sus canciones o conocer sólo unas cuantas del repertorio, pero el show que monta en el escenario es sensacional. Vive, crea, sufre, llora, ríe con la misma intensidad que el primer día. Cantó El Tamborilero y casi nos echamos a llorar. Es el Frank Sinatra español, que canta, dice, recita e interpreta a su manera.
Manuel Madruga y Ángel Nicolás disfrutaron como niños. El presidente de Fedeto se las sabía todas y pedía otra para que aquello no acabara nunca. Fue una gran gala, una extraordinaria noche, donde además me dieron un premio. Me puse pajarita y chaqueta de terciopelo, pues mi estilista dice que un evento así hay que honrarlo como merece. Debe llevar razón, pues el personal alabó la elegancia y el gusto. No hay como dejarse llevar por quien sabe.
Los compañeros de la prensa hicieron piña y demostraron que no es tan canalla esta profesión como la pintan. Disfruté como un enano, igual que un niño con zapatos nuevos. Pero, sobre todo, aprendí. Vi grandeza e ilusión. El oficio de empresario, lejos de anatemas básicos y prehistóricos, es formidable. No hay como crear tu propia empresa, verla crecer, desarrollarse y multiplicarse. Es tu propio hijo, aunque precisamente por eso, a veces duelan según qué decisiones. Ángel Nicolás dice que España no es país para empresarios. Tiene razón, su figura no recibe el reconocimiento que merece. Habrá hijoputas, como en todos lados. Pero yo sólo he visto gente que lucha por lo suyo y hace más grande su país. Eso es patriotismo y lo demás son tonterías.
El diecisiete termina con la sensación de haber concluido un trabajo arduo de recuperación económica que se ha trastabillado al final por el fundamentalismo mesiánico de unos pocos. Puigdemont y los locos catalanes que apoyan la secesión están hundiendo Cataluña y perjudicando al resto de España. Bismarck llevaba razón. No hay nación más grande que la nuestra, que durante tanto tiempo ha luchado contra sí misma. En este contexto, ser empresario, levantarse cada día y pagar impuestos es trabajo de héroes. Que lo sepan los políticos.
Por lo demás, debo dar las gracias -ya lo he hecho públicamente, pero lo reitero aquí- a Fedeto y el jurado por haberse acordado de este pobre locutor metido a columnista para darle distinción tan importante. Me honra de verdad y es uno de los grandes premios que he recogido, sin duda. Espero a partir de ahora que mi labor siga siendo digna de su orgullo y reconocimiento. Porque un país sin empresarios está muerto y liquidado. ¡Y viva Raphael! Sólo por la gran noche que nos dio, mereció la pena.