El Alcaná

La España agraviada

11 diciembre, 2017 00:00

Vengo estos días de darme una vuelta por Teruel. En los puentes y fines de semana largos debería ser obligatorio viajar en la medida de lo posible. Es una de las mejores formas que conozco, aparte de la lectura, el cine y el teatro, de abrir mente y descubrir mundo. No recuerdo quién dijo que el nacionalismo se cura viajando, máxima bastante certera, aunque no infalible. La cerrazón y el aldeanismo son resistentes, carcoma mental que derruye cualquier argumento próximo a la razón. Puigdemont, por más que vaya a Bruselas o Tanzania, seguirá siendo un obtuso redomado.

Estos días he recorrido la España muda, quieta, seca, la España que no habla ni sale en los telediarios. No diría que es una España triste, porque no lo es. España en parte machadiana, si bien los campos de Castilla quedaban a un lado. La España del páramo y los montes, donde sopla el viento y muerde el frío. Una España sin autovías ni centros comerciales, donde el tiempo se detiene para permanecer impasible ante los días. La España del doble sentido por carretera y curvas cerradas donde nadie muere porque nunca pasa nadie. La España abandonada, de la que pocos se acuerdan o preocupan. Manda cojones que para ir todavía a una capital de provincia en España haya que dar más vueltas que un trompo.

Teruel tuvo que inventarse hace unos años un lema que triunfó y fue un éxito para que se acordaran de ella. Teruel existe, vinieron a decir unos cuantos lugareños hartos del olvido del mundo. Es la capital de provincia más pequeña de España y su longitud de punta a punta es de casi doscientos kilómetros, que se recorren a través de una lánguida y pelada carretera nacional. Pareciera otro país, otra vida, otra muerte. Un señor nos dio las gracias por llegar hasta allá. Gracias por venir a Teruel, dijo. Y lo miré como las vacas al tren, hasta darme cuenta de que él mismo pensaba lo difícil que es recalar allí. O vas por voluntad propia y te interesa, o te lo borran del mapa para llegar antes a Cataluña.

Este mundo seco de la llanura alzada hasta Albarracín y limítrofe al Maestrazgo, donde los carlistas se agazapaban esperando a los isabelinos, calla y observa. El viajero abre los ojos y se asombra del silencio, la resignación... Por qué coño tenemos que estar hablando a todas horas de Cataluña o lo que pagan los vascos, si aquí mismo hay una España que quiere serlo y no se acuerdan de ella. ¿Hay que gritar, dar hostias o alzar los brazos al viento para que te hagan caso? Llegué hasta Alcañiz, donde valencianos, catalanes, mallorquines y aragoneses no fueron capaces de buscar a otro rey que no fuera Fernando de Antequera, castellano de los Trastámara, para sustituir a Martín el Humano, un gran monarca del reino aragonés que murió sin descendencia. Sé que jode y hasta puede que me multen por decir esto. Pero al final tiene que llegar Castilla para poner orden. El compromiso de Caspe de 1412, con el Papa Luna entre medias, es ejemplo de ello. Los vizcondes se mataban entre sí y no hacían carrera. Al final fue la seca Castilla quien encontró la solución que a todos agradó. Los calatravos llegaron hasta allí, aunque no se entendieron bien con los vecinos. No es cuestión de quién es mejor o peor. Son los hechos y la Historia. Franco se llevó toda la industria a Euskadi y Cataluña para tenerlos callados. Todo esto no es nada nuevo.

Buscar el agravio constante es una desconsideración para el resto. No hay derecho, sobre todo, cuando es mentira. Ningún catalán vive sometido ni a ninguno se le priva de su lengua. Los corsos han ganado ahora las elecciones en Francia y piden que París les reconozca el idioma. Viven con una renta muy superior al resto y los nacionalistas provincianos creen que es por derecho de cuna. Han visto el borde del abismo, con las empresas en fuga y desbandada, aunque no hay peor ciego que el que no quiere ver. La España callada habla con sus silencios y no compra a quien le toca la vaina. Es la decisión última del resquicio de la libertad. Hay discursos que ya suenan viejos. A Teruel sólo llega el frío que conserva ajadas las momias de los amantes. Es un mudéjar único en el mundo, la ciudad de las torres. No le aplican el cupo porque no saben ni lo que es. A Puigdemont y Urkullu los dejaba yo una semana de diciembre perdidos entre Calanda y Utrillas.