El Alcaná

Contra la inmersión

26 febrero, 2018 00:00

El Tribunal Constitucional entiende que la extinta Ley Wert erraba al obligar a la Generalitat de Cataluña a pagar colegios privados a aquellos padres que quisieran que sus hijos realizasen sus estudios en castellano. Ayer el diario El País, con su bonhomía progresista, lanzaba un editorial advirtiendo contra las intenciones del Gobierno de aprovechar el 155 para incluir el castellano como lengua vehicular opcional en el sistema educativo catalán. Por su parte, Pedro Jota en El Español aludía a este fallo del Constitucional para poner en solfa la legislatura y darla por muerta. Sin llegar a esto último, entiendo que el más alto tribunal se equivoca, de igual forma que la democracia española se ha equivocado los últimos cuarenta años con el nacionalismo catalán. Cuatro décadas de inmersión han dado para un movimiento golpista y una generación de resentidos y salvapatrias. Rufián y Torrent son el máximo exponente de unos ninis que crecieron entre consolas subtituladas en catalán.

Antes de que me llamen fascista, ya me pongo yo la venda, entre otras cosas, porque lo de facha ha caído en desuso y se ha depauperado, como la economía de Cataluña. El catalán es una de las lenguas más hermosas que provienen del latín, que quedó a medio camino entre el castellano y el francés, y cuya eufonía ha hecho aún más bellas las canciones de Serrat. Sucede, sin embargo, que desde el resto de España se entendió que las ansias nacionalistas se apaciguarían si se cedía por completo el sistema educativo a las autoridades catalanas y se permitía una flagrante desigualdad que por todos ha sido validada; a saber, que los niños de una parte del territorio español sólo utilizaran como lengua vehicular la suya materna, sin dar opción a que quienes lo desearan pudiesen aprender en castellano, segundo idioma del mundo en importancia tras el inglés, y en muchas ocasiones, también materno. Este desequilibrio en origen se ha prolongado posteriormente en el resto de la vida civil catalana, lo que ha dado lugar a situaciones absurdas como que para ejercer la medicina, la abogacía o cualquier otra actividad, se exija el catalán como requisito imprescindible.

Orwell no lo hubiera escrito mejor en cuantas novelas hubiese ideado, pero lo cierto es que tanto el pujolismo como sus satélites fueron tejiendo una tela de araña invisible que atrapaba a todo aquel que quisiera prosperar en Cataluña, con la aquiescencia del resto del Estado. Al tiempo que progresaba la cleptocracia y el tres por ciento para perpetuar el modelo y que siempre mandasen los mismos, también se asentaba una visión de la Historia victimista y sectaria inoculada a través de una lengua, que es la forma más eficaz de liquidar conciencias y dirigirse directamente a las vísceras. Al nacionalismo no le vale con ganar, busca aniquilar, desarmar, dejar inerme al cuerpo social donde se propaga.

Si los cuarenta años durante los que el resto de España consentimos de buena fe esta clara desigualdad de oportunidades han dado como resultado el mayor intento golpista de nuestra democracia, es legítimo preguntarse si merece la pena persistir en el error o buscar otro tipo de soluciones más acordes a la lógica y el sentido común. Nadie habla de quitar el catalán y mucho menos, ir contra él; pero sí al menos, elevar el castellano a su mismo nivel y, sobre todo, dar la opción a las familias que lo deseen, a que sus hijos sean educados en español. El famoso bilingüismo sin diglosia del que un día habló la Real Academia y todo el mundo se le echó encima. Y, por supuesto, revisar los planes de estudio que han dado lugar a la generación más cainita de la Historia, llena de odios infundados y víctima de la ignorancia y la manipulación.

El Gobierno acertó en la aplicación y ejecución del 155 y Ciudadanos ha obtenido los frutos más visibles. Tabarnia queda como el tallo verde que anticipa la primavera de la libertad y la igualdad. Franco fue recibido en el 39 entre vítores en la ciudad de la Barcelona, tras tres años de caos, desolación, hambre y muerte. Después vino la dictadura, la represión, el exilio y los ajustes de cuentas. Lo segundo lo han contado en las escuelas catalanas, pero estoy seguro de que lo primero, no. Se acabaron las concesiones y el buenismo simplón contra el nacionalismo. Toda cesión la ha utilizado para morder la mano que soltó la rienda. Su pago ha sido la traición y las primeras víctimas, sus propios hijos. Los demás también pagamos la enfermedad y la calentura. No ha lugar a más condescendencias. Dura lex, sed lex. Y que nadie sienta vergüenza por hablar la lengua que le plazca.