El Alcaná

Cuando las palabras faltan

12 marzo, 2018 00:00

Escribo estas líneas cuando aún faltan muchos detalles por conocerse del caso del niño de Almería. El cadáver de Gabriel Cruz ha aparecido en el maletero del coche de la novia de su padre, después de días en los que su ciudad ha permanecido con el alma en vilo. La Guardia Civil ha detenido a la pareja del progenitor cuando envolvía el cuerpo del niño en una manta para introducirlo en su vehículo. Quedan muchos interrogantes en el aire y serán como siempre los agentes de la Benemérita quienes aclaren el misterio. Pero, cada vez que se produce un caso de este tipo, a uno siempre le asaltan a la cabeza dos alemanes, Hitler y Bach.

El hombre es capaz de crear los mayores monumentos a la inteligencia. Las Pasiones de Juan Sebastián Bach son un claro ejemplo de ello. Escuchar al músico de Leipzig es reconciliarse con el género humano. Uno puede llegar a la puerta del concierto sobrecogido por mil circunstancias que en su vida le acechan; sin embargo, cuando comienzan a sonar las primeras notas de la melodía del alemán, el espíritu se desubica y es capaz de elevarse y dejar en tierra el resto de miserias que lo sucumben. Es increíble el portento de Bach, máxime sabiendo su historia personal. Era un señor que escribía por encargo y para sacar adelante su inmensa prole, más de una veintena de hijos. Por ello, sobrecoge la excelsa perfección de su registro, sobre todo si pensamos que era capaz de componer un lunes por la mañana a primera hora como quien no quiere la cosa. El hombre es capaz de sublimar sus más altos instintos, cada uno de la manera que sea. La generosidad, el altruismo y la solidaridad, lejos de ser tentaciones de diseño, son las mejores cualidades del ser humano y aquellas que lo consagran definitivamente como el mejor animal de la Naturaleza. Uno no se realiza si no es con los demás. Existo porque me nombras, decía el poeta. Nadie puede vivir cerrado en su individualidad y cualquiera sabe, hasta el hombre más egoísta del mundo, que las mejores páginas de su vida fueron escritas cuando dedicó su tiempo a otra persona. La sabiduría conduce indefectiblemente a la bondad. Y la inteligencia es su arma.

Sucede, sin embargo, que ese instrumento también se usa para lo contrario. Y es entonces cuando aparece el rostro del pavor, la miseria y la maldad humana. El mal existe y se ha encarnado a lo largo de la Historia. Hitler, Stalin, pero también Calígula o Diocleciano fueron monstruos que vivieron a costa del dolor y sufrimiento ajeno. No imaginamos que alimañas de este tipo tuvieran un ápice de ternura en su ámbito familiar. Y, probablemente, la mostraron. El mal y su enfermedad son terribles. Demuestran que ninguna persona está a salvo, que la fiera permanece dormida en algún lugar inhóspito de la entraña y que un latigazo a destiempo y sin medida puede hacerla despertar sin aparente motivo. Qué se le ha de pasar por la cabeza a una mujer para hacer lo que hizo con el hijo de su pareja y salir en la tele conmovida. Es como lo de Bretón, al que sólo la mitología puede comparar con Saturno devorando a sus hijos.

No quiero caer en juicios paralelos ni en televisión basura. Pero la realidad es la que es y los periodistas la contamos. El arte de la columna es el de la palabra fácil, que se desliza de forma natural por el papel. Sin embargo, hay días en los que uno no atina. O no puede. En los que las palabras faltan. Porque como dijo Jesús en el Evangelio, cualquier cosa que a uno de estos pequeños hagáis, conmigo lo estáis haciendo.