El suicidio del PP
Soraya Sáenz de Santamaría ha ganado las primarias del Partido Popular con una diferencia de mil quinientos votos sobre el segundo, Pablo Casado. La presidenta del PP en Castilla-La Mancha, María Dolores de Cospedal, se ha quedado tercera y no ha superado el corte de cara al Congreso del 20 de julio. Sin embargo, sus compromisarios serán decisivos para elegir al nuevo presidente del todavía principal partido de la derecha española. Paradojas de la vida, andado el tiempo, Cospedal puede practicar lo que tantas veces denunció, el pacto de perdedores, para evitar que el PP caiga en manos de Soraya. Y, en cambio, nunca un acuerdo de estas características sería tan necesario para una formación que, tras la marcha de Rajoy, ha dejado sus vergüenzas al descubierto. La presidencia de Soraya sería un suicidio digno de un prime time.
Porque lo que ahora podemos ver dentro del PP es lo que el dúo Rajoy/Soraya ha practicado durante muchos años; a saber, el vaciamiento ideológico de un partido político, que si de algo se nutre precisamente, es de las ideas. Soraya ha sido una eficaz vicepresidenta en la sombra a base de dossieres que siempre la protegían. Ha sido inteligente, probablemente la que más, ha huido de los problemas y ha aplicado los métodos que a todos nos enseñó Corleone: “Ten cerca a tus amigos, pero más cerca a tus enemigos”. Se garantizó la inmunidad de Prisa a base de refinanciar su deuda con los americanos y se inventó a Pablo Iglesias con plataforma mediática para sangrar al PSOE. Divide y vencerás, otro de los viejos aforismos clásicos. Sin embargo, su inanidad ideológica ha roto en Cataluña, con una operación diálogo cuyas carencias supieron ver perfectamente Arrimadas y Rivera. Con el nacionalismo no se pacta; al nacionalismo se le vence. No puedes acordar nada con el tigre cuando tu cabeza reposa sobre su boca abierta. Churchill dixit.
Así las cosas, la victoria de Soraya sería la levedad del ser, la pluma oscilante en mitad de la tarde. Lo curioso de su triunfo es que buena parte de la militancia ha tragado la quina que la izquierda ha dado a la derecha durante tantos años a base de prejuicios. Pablo Casado ha ganado y es el verdadero líder porque ha enarbolado un discurso basado en principios y valores, quizá demasiado conservadores, pero fácilmente reconocibles. El PP es un partido antipático en la actualidad por muchas cuestiones y su principal misión debe ser refundarse sobre la base de unas ideas liberales y modernas que engarcen con la sociedad contemporánea. En la era de la posverdad, triunfa la verdad a secas cuando uno se la cree a pies juntillas. Y Casado es ejemplo de ello.
Aznar es un señor prepotente y antipático, pero dice algunas verdades como puños. Por ejemplo, que Rivera debe elegir de una vez si quiere liderar la refundación del centro derecha español o se queda a medio camino entre la izquierda y la tibieza. El gran éxito de la socialdemocracia y el progresismo es que ha sabido implantar una serie de principios que ya todos damos como axiomas. Y, sin embargo, sigue siendo evidente que la derecha es mucho más eficiente en la gestión. La izquierda viene al despilfarro y el gasto público; es verdad, que con una conciencia mucho más social. Pero, al final, son todo gafas de sol y ministerios. Soraya es Pedro Sánchez con lentillas y pies desnudos. Cómo serían aquellas fotos de hace diez años en el Magazine de El Mundo, que hasta el PSOE dio orden a sus cuadros de no comentarlas. Y Rivera, que espabile. De Macron está a punto de convertirse en Agustín Rodríguez Sahagún.