La ciudad que había bajo la nieve
La ciudad que había bajo la nieve se nos ha vuelto a mostrar después de quince días frágil, desnuda, igual que la poesía de Juan Ramón. La Imperial Toledo ha desafiado al frío y se ha tornado quebradiza, ya no tan dura como piel de estaño; más bien fina, como copa de cristal. Hemos vuelto a ver los cantos rodados y las baldosas del suelo, la piedra informe que levanta la ciudad y ha sido su paseo como una primavera descubierta o un Museo del Prado visto por vez primera. Los ojos se han vuelto a la mirada del niño que fuimos hace solo un año, cuando los problemas no sumaban ni se juntaban bajo la sombra de las suelas. Éramos entonces felices sin saberlo, con la inocencia que da la belle époque y las muchachas en flor. Ahora ir a la farmacia es una necesidad básica cuando antes solo íbamos por condones. Esto demuestra que la vida se va en un suspiro, una nevada, un cataclismo. Menos mal que es enero y los días se hacen grandes frente al espejo.
La quincena de Filomena ha sido un drama en tres actos cuyo planteamiento, nudo y desenlace ha tenido de todo y sirve al espectador fino para tomar nota y hacer crítica, desde el aplauso sincero de la platea hasta el pataleo desaforado del gallinero. Los personajes han ido entrando y saliendo y han dejado impronta de sí mismos. Desde el que desenvainó la pala y se puso a quitar nieve hasta quien llamaba a los teléfonos y el twitter para que se la quitaran desde el sofá de su casa. Esta es la pasta de la que estamos hechos y que la vida se encarga de vez en cuando de mostrarla, cuando te arrastra hacia la pared, engancha de las solapas y deja sin aire. Igual que en la pandemia.
La alcaldesa llamó a quien tuvo que hacerlo para que el Ejército viniese en dos horas. Y la tropa vino y se desplegó como un acordeón infinito por la ciudad. Utilizó las viejas armas que solo quedan cuando enfrentas la verdad, el pico y la pala. Por eso me gusta tanto la tauromaquia, porque se hace arte con cuatro instrumentos básicos. Y la ciudad fue recuperando el aliento, como el muerto que no lo está vuelve de ver la luz al final del túnel. El viernes por la tarde, la ministra de Defensa y Milagros Tolón despidieron al Ejército en la Plaza del Ayuntamiento. “Gracias por quitar la nieve”. Nunca cinco palabras dijeron tanto.
Ahora volvemos al paso de nuestra vida, al quehacer diario, a la pandemia en las sienes. Y habrá que hacer lo mismo, si queremos vencer al virus. Ir de lo general a lo concreto, desde vaciar los hospitales a recuperar el pulso perdido. La guerra por nuestra cuenta solo provoca frustración y melancolía, aunque visto el guirigay, solo la responsabilidad personal nos salva de esta. Se están muriendo empresas como el hielo se derritió de los tejados y los chupones caen hacia un lago de lodo, paro y subvención. El musgo y la hiedra que rodearon un tiempo el fértil árbol de España han terminado por secarlo definitivamente. El otro día cerró mi frutera de San Cristóbal, “porque no me salen las cuentas”. Y así caerá, uno tras otro, el triste deshielo de las empresas. Mientras, la piscina de Galapagar ya se llena para el verano que viene.