La Feria de Albacete se despliega sobre el calendario como una cardencha mecida por el viento, que siempre para entre los dos primeros sietes de septiembre. Una luz nítida de la llanura se hace más grande desde Chinchilla a La Roda y emerge como la noria que alcanza el cielo en diez cangilones diarios, que van cayendo pausadamente en las últimas tardes de verano. Septiembre en Albacete es el paroxismo del tiempo, su parada, quietud y esfera. La Feria lo envuelve todo y nada queda fuera de ella. Atrapa la llanura toda y llama a sus fieles vestidos de manchegos de los últimos confines del horizonte. Rocinantes y rucios se citan a la entrada, mientras sus amos quedan en el Pincho de la Feria. Un miguelito espolvorea el ambiente y lo airea de dulce. No sabemos qué tiene, pero la Feria se abre en redondeles y cada día es más grande. Quien no la probó, vive en serio riesgo de morir sin gloria. Pues una vez que uno pisa La Meca de la Mancha, vuelve de nuevo seguro. Puede descansar ya en paz con la tierra que lo vio nacer y consigo mismo.
La Feria de Albacete es un acontecimiento óntico, mítico, de los que hubiera imaginado García Márquez para su Macondo original en caso de haberla conocido. Falta Melquíades con el oro, pero eso lo encontramos entre las casetas encaladas que refulgen al sol de mediodía. La Feria es un río de gente, que van a dar al Pincho para quedar. Desde ahí se mueve la liturgia y comienza el sacramento. Primero con la Virgen de los Llanos, por supuesto. Y luego, con lo que venga. Tampoco hay muchas reglas que saberse. Es lo bueno de la Feria, nadie pregunta, nadie inquiere, nadie somete. Puedes hacer lo que quieras con respeto y una sonrisa. Los trajes de manchego abundan por doquier. Este año vi una corbata con las cortinas de mi abuela y no me iré de aquí sin ella. Albacete tiene estas cosas. Es la cepa del manchego, el olor a mosto de la panza y la tierra cuando suda. La apoteosis de todo manchego vivo y muerto que la conoció. Don Quijote hubiera arremetido contra la noria y a Dulcinea la hubiese encontrado en un tardeo.
La Feria de Albacete es brillo, claridad y sencillez. Esa es la clave de su éxito. Jamás presumiré de nacimiento, pero tango claro que el manchego es el espíritu que soporta, lleva y calza las alpargatas de España. El humor es de aquí porque hay que llevarlo muy bien para vivir entre la nada, el viento y la llanura. No tenemos más mar que el de las viñas que nos dio por plantar para engañar al cielo y que no pasase de largo. Pero funcionó tan bien que nunca nadie ni en otro lugar vio un beso tan eterno como el del cielo y la tierra entre el horizonte y fuego de la Mancha. El pañuelo de cuatro picos son los pensamientos del labriego, las cuatro reglas básicas, el álgebra de la llanura. El chaleco y la boina, la cábala y la numismática. Hicimos aceite y vino porque no había otra cosa y hasta la leche se nos secaba y parió el queso. Somos pobres y de ahí la risa, el absurdo y la carcajada. Chorreamos vino porque alumbra talento y enciende la lámpara incandescente del cerebro. Don Quijote, Quevedo, Millán, Almodóvar, Muchachada... La Mancha es una panza de burra extendida, puesta a secar al sol.
La Feria, en fin, da momentos únicos, pues se juntan el rico y el villano, como decía Serrat. El otro día acompañé al maestro Sergio Serrano a los toros y vi cómo la muerte empañaba sus ojos segundos antes de la cogida de Christian Pérez. Lo predijo como solo saben hacerlo a quienes se les seca la saliva por dentro. Sin embargo, el muchacho volvió y abrió la Puerta Grande. Como Juan Leal, un torero que enciende el albero cada vez que lo pisa. Porque esa es otra. Albacete es la ciudad más taurina de España. Ya solo eso habla bien de ella. Celebra diez tardes de toros como ni Bilbao ni Zaragoza ni Pamplona ni Valencia. Retumba la tierra toda cada tarde de Feria, cuando abren los portones y sale la muerte enchiquerada. A mí, que no me digan. Salvo la ópera, no hay espectáculo tan alto como la Tauromaquia. Y ni siquiera, porque un hombre se juega la vida entera. En una tarde de toros puede haber más obras de arte que en el Museo del Prado. Solo hay que educar la mirada y ponerse a ello. Del 7 al 17 tengo mis días cogidos. La Feria perfuma las sienes para cuando enero llegue.