Silvia tiene una casa al lado de mi amigo Miguel. La conocí porque coincidí con dos amigas suyas en el ascensor, camino del quinto. Contra los que muchos piensan, los ascensores son grandes centros de convivencia y amor a primera vista. Pocas veces vas a encontrarte a tan poca distancia de personas a las que no conoces de nada. El caso es que estas dos amigas que iban a la fiesta de Silvia les picó la curiosidad por saber cómo era la fiesta de Miguel. El ascensor cursó la invitación correspondiente y a la sobremesa fueron todo sonrisas por la feliz coincidencia. Ellas recorrieron el pasillo que va de una puerta a otra y se presentaron a los postres, contándonos que trabajaban en Correos y pensaban viajar a Cuba. Felipón, el más viajado del grupo, les dijo que no era buen momento para ir hacia allá, que andaban los cubanitos algo tristones. La caña estaba lanzada. Por la mañana había tocado la campanita de la Virgen del Valle y el Señor escuchó nuestras plegarias. Cuatro amigas estupendas y simpatiquísimas, a la puertas de casa de Miguel. Cómo se nota que ha sido presidente de la comunidad y maneja bien estas cosas. Es un gran psicólogo y el mejor anfitrión posible. La tertulia se hizo amenísima y parecíamos ya amigos de toda la vida. Lo que comienza en un ascensor jamás sabes cómo puede acabar.
Antonio Mercero se dio cuenta pronto de lo que daban de sí los espacios cerrados y rodó 'La cabina', con López Vázquez. En esta ocasión, la historia no fue de angustia y sí de celebración. Hay quienes se ponen muy nerviosos cuando suben en ascensor y coinciden con alguien. Miran al suelo, el techo en ocasiones, en otras el reloj. Cualquier cosa con tal de no cruzar palabra o hacer que se tiene en la cabeza la 'Crítica de la razón pura'. Los ascensores son estupendos. Solo quienes nos hemos quedado encerrado dentro de ellos varias horas sabemos lo que pueden dar de sí. El rescate es luego como una señal del cielo, igual que si los ángeles abriesen la bóveda del techo para lanzarte una mano y escapar del agujero. Son muy comprometedores, eso sí. Dan olor a colonia que tira de espaldas. Los Pachuli debieran ser condenados a muerte antes de llegar a su destino.
Los ascensores no son como los bares, pero podría. Todo según los inquilinos. Hay quienes corren y aprietan el paso para no coincidir con nadie o suben por la escalera de dos en dos, a zancadas largas y esmeradas para llegar sin resuello. Lo mejor es la coincidencia tonta y el roce descuidado. Hay más amor y cosquillas dentro de un ascensor que en las habitaciones de un burdel.
Las miradas se esfuman, cruzan y vuelan. Si no eres capaz de fijarla, no remontas la vida. Hay que tener cuajo para sostenerla en el tiempo y aplazar el deseo. Los novios aprovechan para fundirse a besos y salen luego colocándose el pelo. Un ascensor es una prueba de sociología más verdadera que una encuesta de Tezanos. Dime cómo te comportas en el ascensor y te haré un dibujo de tu destino. Igual que la Bruja Lola echando las cartas o dos velas negras.
Un ascensor, en fin, puede ser el inicio de una bonita amistad o un leve susurro de entreplanta. Echamos de menos la figura del ascensorista, aunque su desaparición hizo por la cercanía de los pasajeros. A qué planta va... A la que usted disponga, señora. Los ascensores guardan casi tanto erotismo como las escaleras, pero con poleas. Todo fue una feliz coincidencia de cuento y la esfera de un sueño, pues pese a que les escriba este artículo y cuantos pudieran venirme a la pluma, no desearás a la vecina del quinto.