Hoy se cumplen quinientos treinta y un años de que los Reyes Católicos entraran en Granada y colocasen en lo alto de la Torre de la Vela en la Alhambra la Cruz de Mendoza, el primer signo cristiano que entró a la ciudad después de ocho siglos. Culminaba así la empresa de la Reconquista, probablemente la más ardua tarea de las que hasta el momento haya tenido que acometer nuestro país. Termino de leer un excelente libro con tal nombre, 'Reconquista', editado por La Esfera de los Libros, del que es autor el arquitecto e investigador conquense Iván Vélez. He disfrutado muchísimo a través de sus páginas de un relato pormenorizado de todas las vicisitudes a las que tuvieron que hacer frente los reinos cristianos durante todo ese tiempo. Lástima que ahora la Historia se castigue en las aulas y se despache semejante período de ocho siglos con un párrafo. La agrafía reinante así lo exige y ofrece, a cambio, la eximia historia del terrateniente local y su familia. Es una pena que esto sea así y lo consintamos… Los pequeños quieren atar a Gulliver y convertir los enanos en gigantes. Sin embargo, gente como Vélez nos recuerda quiénes somos y el porqué de una nación llamada España.
Si algo ofrece el libro, es un detallado compendio de todos los personajes que a lo largo de ocho siglos fueron determinantes para completar la empresa de la Reconquista. Como bien asegura el autor, Pelayo, en el siglo VIII, ni en sueños pensaba sobre una empresa de tal calibre, aunque los pocos que aguantaron refugiados en Covadonga y entre riscos, tenían claro de dónde venían y cuál era la realidad que dejaban atrás. La idea del reino visigótico prendió en su imaginario, porque lo habían vivido y fueron capaces de transmitirlo a sus hijos. Esa fue la antorcha que pasó de generación en generaciones hasta alcanzar con los Reyes Católicos su plenitud con la toma de Granada. Entre medias, mil historias entrelazadas y a veces, contrapuestas y contradictorias. Sin embargo, ese ideal común avanzaba en el tiempo, por encima incluso de sus protagonistas cuando iban al revés de los hechos. Por ejemplo, el caso de Alfonso VII, que volvió a dividir entre sus hijos los reinos de Castilla y de León que ya estaban unidos. Costó otro siglo más volverlos a juntar en solo una unidad política.
Aunque los reinos cristianos guerreasen entre ellos y las propias taifas hicieran lo mismo, solicitándose ayuda mutua, lo cierto es que la estrechez de lazos entre invadidos e invasores no dejó nunca al descubierto la idea primera de la reunificación. Sí, ya sé que esto puede parecer viejo y carca; pero es la verdad. Incluso el nacionalismo más cerril catalán, que habla del Pilós o Ramón Bereguer y doña Petronila, habrá de reconocer que sus ídolos históricos también buscaban agrandar sus espacios con nuevas alianzas para los territorios. Iban a favor de la Historia y no contra ella, como les sucede en la actualidad a los iluminati de la malversación y el golferío. La lectura del libro de Vélez, lo que da idea, por encima de la prolija y complejísima ramificación de unos reinos con otros, es de la voluntad común existente entre los conquistados de volver a restaurar una unidad política ya conocida y anhelada. Les joderá a los indepes que inventan sus piedras y mitos, pero es así. España es una nación porque a lo largo de su camino transido en siglos demostró que quería vivir de una manera más o menos armónica por decisión de quienes habitaban y pisaban el mismo suelo de la piel de toro. Se fue Portugal incluso por un mal príncipe que murió a destiempo; si no, también hubiera formado parte de la misma unidad política y no es raro que, andado el tiempo, eso vuelva a suceder.
La Reconquista no es un tema que al poder político actual y los progres vanguardistas de salón que pactan con los trabucaires les interese… Sin embargo, está ahí, forma parte de nuestro ADN y va con España igual que el viento silba los cielos. Por eso es tan importante conocer la Historia y saber por qué nuestro país es una gran nación, como dijo el Rey en su discurso. Vox, erróneamente a mi juicio, propuso hace unos años que hoy fuera la Fiesta Nacional. Si no hubiese venido después el 12 de octubre del mismo año y se hubiera ensanchado el mundo hasta el mismo límite de los mapas, tendría sentido la propuesta. Pero lo que hizo España entonces, con esas tres calaberas y el apoyo político y decidido de una gran reina que no reivindican las feministas, Isabel de Castilla, desborda completamente cualquier otro parangón o hito de la Historia. España es tan decisiva que la configuración del mundo no sería la misma sin ella. No somos más que nadie, pero tampoco menos. Y lo que no somos desde luego, es un cuento o transposición política que cae sobre unos territorios míticos e inventados. Hace falta un relato de España, moderno, liberal y atractivo que derruya las cavernas levantadas en la infamia.