Asistí el jueves en Albacete a la proyección del documental La última lidia, la obra censurada en Abycine por no coincidir con el ideario del festival. La Diputación sirvió de escenario, bajo el auspicio de Santi Cabañero, un socialista taurino que echó la pierna hacia adelante como los buenos toreros. Además, él dio el que para mí sigue siendo uno de los grandes argumentos contra el animalismo. El Tercer Reich fue el primer régimen que se ocupó de una ley de bienestar animal, cuando a personas como los judíos las trataban peor que a bestias. La humanización de los animales es el paso previo a la animalización de los hombres.
Respondí a la llamada de mi amigo Javier López Galiacho y a los miembros del Capítulo de Albacete de la Fundación del Toro de Lidia, que ya son para mí como familia. Me gustó la película y ojalá tenga largo recorrido. Ya ha recibido varias menciones elogiosas en el Festival de Málaga y cuenta con ocho nominaciones a los Premios Goya. Lo más interesante, sin duda, es su exposición descarnada de la lidia y el toreo, sumando a partidarios y detractores de la fiesta nacional. Un poliédrico cuadro de testimonios que enriquece la percepción del espectador.
Salí relajado del documental porque comprobé que el animalismo sigue sin registrar ningún argumento convincente que nos apee de defender la lucha milenaria y ancestral de la inteligencia frente a la fuerza. El único argumento sostenible, razonable y que merece todo nuestro respeto desde el taurinismo es aquel que después de saber, conocer y entender el espectáculo de los toros, se concluye sencilla y llanamente que no gusta, suscita rechazo y conviene apartarse de la brutalidad. Porque ya sabemos que los toros son brutales, tremendos, una lucha épica contra la muerte. Como dice Rubén Amón en su fantástico ensayo sobre la tauromaquia, los toros hoy en día son un auténtico escándalo para una sociedad líquida, confortable, infantil y adocenada. Pero es que la vida es una brutalidad en sí misma, lleva la muerte dentro como la sangre recorre las venas. Volver la cara a los toros es hacerlo a la existencia, al miedo intrínseco del hombre ante el misterio, como muy bien explica Fortes en el documental. Todo lo demás es pusilánime, actitud respetable y comprensible, sin duda… Pero ni mucho menos para hacer otra brutalidad mayor. Hincharse el pecho, convertirse en tirano y prohibir el espectáculo milenario del hombre frente al animal totémico y sagrado que es el toro. Los animalistas jamás querrán a la fiera como la quiere el taurino.
Lo demás son zarandajas sin sustancia. Un animal no es sujeto de derechos porque no tiene obligaciones. El derecho es el revés jurídico del deber como todo buen jurista sabe. El argumento del sufrimiento es un fake como la copa de un pino, porque el sufrimiento es una categoría moral, asociada indisolublemente al ser humano. Claro que duele un puyazo o un corte, eso lo sabemos todos; también al animal, obvio es. Pero el sufrimiento es otra cosa. Hay gente que sufre cuando pierde un ser querido… o no; hay personas que sufren con los problemas del trabajo o la familia y otras no; hay gente que se viene abajo y sufre ante la primera adversidad o viento de la vida y otras no, se hacen más fuertes… Quiero decir que el sufrimiento va ligado indefectiblemente a la emoción y esta es genuinamente humana, heredera del pathós griego, que da lugar a la empatía, simpatía, antipatía… Pero todo ello, humano, fieramente humano. La emoción decide y la razón justifica… Mas siempre en un entorno de hombres, donde pueda darse el pensamiento mediante el lenguaje articulado. Lo demás son coros y danzas que terminan en la dictadura del histerismo y la animalización. Un perro tiene más derechos que un hombre, sobre todo si no piensa como yo. 1984, Rebelión en la granja, Orwell anticipando las dictaduras, no ya de lo políticamente correcto, sino de lo intelectualmente kafkiano y sórdido. Todo con tal de privar al hombre que no piensa como yo sus derechos completos… Para hacerle un monigote de papel que se funda en el hombre masa que los regímenes totalitarios de la Historia ya nos han enseñado.
Hoy la tauromaquia es un reducto de libertad, una bocanada de aire limpio que llena los pulmones y los alveolos de la vida y la existencia. Por eso tanta gente joven acude a las plazas. Nos han hecho a los taurinos, sin ellos saberlo, la mejor campaña a favor de la Fiesta. No hay como prohibir algo para que aumente su leyenda y suscite y acreciente la curiosidad. Ahora llega un ministro antitaurino. No prejuzguemos, pero nadie podrá acabar con una liturgia de siglos que representa y es heredera de los grandes clásicos en nuestros días. Mientras un hombre quiera ponerse delante de un toro y otros tantos quieran verlo, nada impedirá que esta fiesta milenaria prosiga a lo largo de los siglos. Por no hablar de la similitud de los toros con la propia vida, midiendo los terrenos y cruzando el peligro. Parar, templar, mandar, ligar y cargar la suerte, el Pentateuco del toreo y la vida. La jerarquía y el respeto a los mayores, el rito, el símbolo, el sacrificio, la sangre, la danza, la belleza y el sometimiento de la fuerza a la inteligencia. Hay más arte en una corrida de toros que en el Prado entero, pero hay que tener una sensibilidad desarrolladísima para apreciarlo. Me fui del cine sonriendo. Quedan toros para rato, mientras la afición quiera. Y los areneros limpiando la plaza nuevamente para que suenen clarines y timbales.